Por José Miguel "Yoss" Sanchez [1]
Para
Douglas Calvo Gaínza, para Eric Flores Taylor.
Guerreros del cuerpo y de la mente.
BREVE
PRÓLOGO PARA ACLARAR ALGUNAS GENERALIDADES
Ante
todo, cabe aclarar que, aunque en rigor el vocablo derive del latín, relativo
al romanísimo Marte, dios de la guerra, al decir “artes marciales” nos referiremos
aquí, sobre todo y casi exclusivamente, a disciplinas orientales.
No
se trata de que el boxeo, la lucha libre o la esgrima con florete y con
bayoneta al estilo occidental no sean efectivas contra un oponente o en el
campo de batalla; es sabido que la eficacia de un determinado sistema de
combate depende y dependerá siempre del grado de preparación de quien lo
utiliza. Un buen boxeador puede derrotar a un mal karateka, y viceversa.
Sucede
que, en nuestro planeta, ha sido sobre todo en las culturas de Oriente donde
los métodos de lucha se han sistematizado hasta el punto de dejar atrás prácticamente
todo empirismo o improvisación. En estas disciplinas, los niveles de destreza de
sus practicantes ya no están sólo determiandos por sus años de entrenamiento; tienen diferencias no ya de
grado y continuas, sino de clase, discretas y tradicionalmente estratificadas
en kyus, dan, cinturones de diversos colores, etc. De este modo constituyen auténticas
escuelas, filosofías, e incluso ¿por qué no? sofisticados lenguajes corporales,
a veces más emparentados con la estética de la danza o la acrobacia que con la
simple supervivencia o preponderancia sobre un adversario hostil. Y el
autodominio de los propios cuerpo y mente en su objetivo a ultranza.
Por
ello, no en balde la CF, en repetidas ocasiones, ha tomado prestadas
características y/o habilidades tradicionalmente asociadas con la práctica continuada
y sistemática de estas disciplinas para enriquecer la caracterización de sus
protagonistas o antagonistas, en tanto que personajes con poderes sobrehumanos,
o al menos dotados de destrezas no convencionales, en lo que a fuerza,
velocidad, destreza, resistencia física o autocontrol corporal se refiere.
Y
ni hablar de esa tierra de nadie entre fantasía y CF, las historias de
superhéroes.
Es
preciso tener en cuenta también que las artes marciales, en su particular
dualidad de sistemas de combate con o sin armas, (lo que siempre implica dañar en
mayor o menor medida al oponente para prevalecer sobre él), y de métodos para
alcanzar la perfección física y mental, constituyen un fenómeno de gran
complejidad, a cuyo estudio han dedicado largos años filósofos y educadores
físicos, que se han debido adentrar en su milenaria y enrevesada historia.
Emular
su erudita labor no constituye en modo alguno el objetivo de este trabajo, que,
por el contrario, apenas si pretende realizar un breve y necesariamente somero
recorrido por las representaciones de esta porción de la cultura en el género
de la CF, tomando para ello como ejemplos algunos filmes y novelas, entre las
que incluiremos algunas de autores nacionales, y reflexionando un poco en torno
a cada uno.
EN
EL CINE
De
todos es conocido el cine de artes marciales, subgénero en el cual, salvo
escasas y honrosas excepciones, las habilidades atléticas de los intérpretes-deportistas
suelen estar muy por encima de sus capacidades actorales. Sirvan de ejemplo
Jean Claude Van Damme, Steve Seagal y Chuk Norris, entre muchos otros.
Sin
embargo, ocasionalmente (o no tanto) en filmes de otros géneros aparecen
personajes cuyas destrezas combativas, debidas directa y explícitamente a las
artes marciales, tienen un peso fundamental e incluso decisivo en la trama. En
tanto que imagen, una secuencia vale más
que mil palabras, y en lugar de decir que un personaje es fuerte y temible,
resulta mucho más convincente mostrarlo en acción. Lo que, por supuesto, exige
a los actores que los interpretan un grado de preparación física que no es
habitual… tengan o no la ayuda de exquisitos efectos especiales como cables “invisibles”,
o sofisticadas digitalizaciones de la imagen de cámara.
No
es excepción el cine de CF, dentro del cual incluso algunos de los “héroes de
acción marciales” arriba mencionados han protagonizado interesantes historias[2].
No obstante, las 3 películas que examinaremos a continuación con cierto nivel
de detalle son mucho más conocidas, y fueron seleccionadas porque las consideramos
exponentes canónicos de la inserción acertada de las artes marciales dentro del
imaginario futurista, distópico o metafórico típico del género.
Star Wars (George Lucas, 1977) |
-Star Wars (1977-hoy)
A estas alturas, hablar para el fandom sobre la Saga surgida de la fértil mente
de George Lucas sería predicar para los conversos. Seis filmes, un largometraje
animado, una serie de animación 3D con 5 exitosas temporadas, innumerables
comics y novelas, más merchandising a chorros, han convertido al universo (expandido)
del Imperio, la familia Skywalker y los androides C3PO y R2D2 en un referente icónico
casi obligado, y no sólo dentro de la CF, sino para toda la cultura popular.
Sin
dudas uno de los rasgos del universo Star
Wars que más atractivo lo ha vuelto para cierta clase de público, distinguiéndolo
a la vez del resto de space-operas
más o menos adocenadas, es la inclusión de un elemento que a primera vista
podría antojarse más fantástico que de CF: un sistema de combate semimístico.
Nos
referimos, por supuesto, a la Fuerza y los caballeros Jedis.
La
Fuerza no es en rigor un arte marcial, pero los Jedis sí pueden ser
considerados una especie de samurais futuristas: como ellos, están dotados de
enorme poder por su sublime destreza guerrera, pero a la vez atados por firmes
juramentos y un estricto código ético equivalente al bushido.
Como
ellos, hacen primar el instinto sobre el raciocinio: si bien en lugar de sólo
permitir que los reflejos condicionados educados pacientemente durante meses de
entranamiento sean los que reaccionan a cada ataque, como es el ideal de los
artistas marciales de hoy, los jedis del futuro logran su ventaja a base de
anular su individualidad y mente, de hacerse uno con la Fuerza.
¿Tal
vez una analogía de ese popular paradigma norteamericano: todo músculos, nada
de cerebro?
Ni
remotamente; los jedis y su contrapartida del Lado Oscuro, los siths, no son
sólo expertos en acrobacia con la habilidad de blandir velozmente sus espadas
láser y saltar muy alto. Tampoco son más o menos poderosos por sus músculos,
sino por su capacidad de acceso a la Fuerza.
Es
esa sintonía con el Todo y no sus bíceps o piernas lo que permite a los jedis y
siths por igual ejecutar proezas que parecerían físicamente imposibles para
cualquier ente orgánico normal. A la vez que les concede poderes que bien
pueden considerarse paranormales: telequinesis de objetos pesadísimos, autosanación,
detectar a otros usuarios de la Fuerza, pasar inadvertido, control de la
voluntad ajena, y hasta predecir en cierta medida el futuro[3]…
si bien, curiosamente, la telepatía en tanto que lectura directa de la mente no
parece incluida entre tan útiles habilidades.
Los
siths de alto nivel, por su parte, pueden además generar rayos eléctricos de
asombroso potencial destructivo: la electrokinesis, una destreza muy útil, que
ni siquiera el Gran Maestro Jedi Yoda tuvo jamás. Porque el Lado Oscuro seduce
con su rápida ganancia de tremendo poder… pero cuesta caro para el cuerpo;
véase si no cuán deformados terminan tarde o temprano todos los que lo eligen.
¿Puede
verse a la difusa pero poderosísima Fuerza como una versión futurista y bastante
new age del chi, concepto cardinal en la práctica y sobre todo la teoría de las
artes marciales? En cierta medida… aunque, a diferencia de esta energía, humana
e interna por definición, típica del Budismo y de la religión nipona Shinto, la
Fuerza está en todas partes: constituye un sistema de campos de energía
generado por todo cuerpo del universo[4],
enlazados gracias a los pequeños simbiontes midiclorianos[5],
presentes en todas las células. Si bien a ella, lo mismo que al chi, sólo pueden tener acceso los
guerreros especialmente dotados y educados.
El
talento innato prima: algunos individuos escogidos tienen más midiclorianos, o
sea, pueden canalizar y utilizar más Fuerza, como receptores-emisores; esos y
no otros son los candidatos a jedis o siths. No cualquiera es apto, por mucho
esfuerzo o tesón que demuestre, para tan singular y distinguida condición.
Incluso
así el entrenamiento de los futuros jedis es complejo y laborioso, y también
recuerda en muchos aspectos al de los samurais; no es una opción para el tiempo
libre, sino todo un modo de vida. Aunque un guerrero del Japón feudal sin duda
lo consideraría más bien condescendiente, en tanto que exento de los rigores y estrictos
castigos típicos de cualquier dojo tradicional de su archipiélago.
De
hecho, tales excesos son justamente uno de los rasgos de la preparación de los
siths; la doctrina formadora del Lado Oscuro implica la constante humillación,
el servilismo y la total anulación del discípulo ante el maestro… al menos
hasta que pueda aniquilarlo, habiéndose hecho más fuerte que él.
Las
artes marciales orientales también hacen especial hincapié en la humildad del
guerrero, que debe servir con su destreza, no usarla para imponerse.
Análogamente, muchos consideran la caída de la Orden Jedi causada ante todo por
la renuncia de sus miembros al carácter original de servidores de la República
y defensores de la paz, para convertirse (aunque fuera obligados por las
circunstancias), más que en brazo de hierro del Senado, en un poder paralelo
con pleno derecho… o sea, en virtuales co regentes de la política galáctica; un
papel para el que el artero Dark Sidious-Senador Palpatine los sabía no
demasiado dotados, en tanto que incapaces de resistir las tentaciones que implicaría
para su pureza original de ideales.
Es
una fábula filosófica de conformismo inmovilista: cada uno debe ocupar su
lugar. Quien nació para servir no debe gobernar. Los jedis, servidores y no
señores, fracasan cuando intentan controlar; una función reservada al Senado,
el Emperador, los daymios o aristócratas… ¿y tal vez sobre todo a los siths,
que se crecen en el dominio y la opresión?
El
código jedi, por su parte, no hace demasiado hincapié en el aspecto de siempre
servir. Desde luego, ningún jedi se suicidó nunca por haber fracasado en una
misión o fallado a su señor, blandura de carácter que todo bushi que se respetase habría considerado inaceptable. Y es que su
adiestramiento incluye un férreo control de las emociones. No en balde se les
prohíbe casarse, tener hijos u establecer otra clase de lazos afectivos
cualesquiera.
También
resulta curioso que, mientras en el bushido
el samurai obediente es la norma, y el que pierde a su amo o se rebela contra él, el ronin vagabundo y heterodoxo, la
deshonrosa excepción, entre jedis y siths ocurre a la inversa: ningún padawan jedi
llama amo a su maestro. Ningún sith trata al suyo en plano de igualdad; por más
que el emperador Palpatine solía llamar a su alumno y primer servidor Darth
Vader “mi querido amigo”, tal tratamiento no pasaba de ser una cruel ironía; sólo
al final se atreve Vader a oponerse a sus siniestros designios, para salvar a
su hijo Luke… y le cuesta la vida.
El alma del guerrero es su espada,
decía el shogún Ieyashu, y este precepto se cumple a rajatabla para los jedis y
los siths, que aunque pueden ser peligrosos a manos libres, lo son mucho más
con su terrible arma. Los primeros, en muestra de humildad y habilidad, deben incluso
construir sus propias espadas de luz. Otra diferencia: aunque rodeadas de toda
una mística artesanal, por tratarse de una destreza tan especializada, a ningún
samurai se le hubiera exigido confeccionar en la herrería su propia y
filosísima katana para entronizarse en su condición.
La
espada de luz, por supuesto, no es como la de Voltus V. A despecho del maravilloso carácter de arma desplegable
de ambas hojas futuristas, las de Star
Wars no son armas láser, aunque entre sus elementos esté incluído un
cristal ¿de proyección? Mucho más probablemente consistan en una emisión de
plasma controlada y contenida entre campos de fuerza exactísimos[6].
Por eso pueden rechazar rayos luminosos, cortar con relativa facilidad materiales
tan recios como gruesas placas de acero… y paradójicamente, a la vez ser
utilizada bajo el agua sin que evaporen grandes volúmenes de este líquido por
la alta temperatura inherente al cuarto estado de la materia.
De
acuerdo con su orientación en el eje bien-mal, los jedis usan armas de luz de
color verde o azul… aunque, no se sabe por qué, nunca blanco ni amarillo. Es
Mace Windu el único que tiene una espada de haz de energía violeta, lógico dada
su singular biografía; no en balde es uno de los pocos en dominar la Forma VII
de combate o Vaapad, muy cercana al estilo de lucha de los Siths, más físico,
arriesgado y ofensivo, que le permitió derrotar a Palpatine volviendo contra él
su ira, antes de que Anakin lo matara traicionándolo. Tanto es así que otro de
los campeones del Vaapad es precisamente Darth Maul, que usa una hoja de su mortífero
doble sable para atacar y la otra para defenderse: la variante Juyo.
Las
Formas, contra lo que su nombre podría hacer suponer, no son una especie de katás con movimientos fijos; equivalen
más bien a distintos estilos de un mismo arte marcial, como el tigre o el mono
dentro de los cinco internos del wu-shu:
incluso tienen nombres característicos: Makashi, la II, en la que es
singularmente diestro el primero jedi y luego sith conde Dooku; Soresu, la III,
que domina Obi-Wan Kenobi; Ataru, la IV, cuyo máximo exponente es Yoda; y
Shiem/Djem-Tam, la V, en la que siempre
destacó Anakin Skywalker-Darth Vader. La I, que implica la manipulación del
agua, sólo la dominan jedis anfibios como Kid Fisto o su padawan de la raza Mon
Calamari, Bant Eerin.
Curiosamente,
ni siquiera en el universo expandido se menciona nunca la VI.
Los
jedi, por descontado, no son omnipotentes; ningún guerrero es invencible, sólo
hay guerreros que aún no han sido vencidos. Su debilidad es su propia fuerza.
Deben constantemente sobreponerse a sus sentimientos, sobre todo a su miedo, odio
e ira, so peligro de caer en el Lado Oscuro. Es como vivir sobre el filo de un
cuchillo; su poder implica una terrible renuncia a buena parte de su humanidad….
que a menudo termina cobrándose un alto precio emocional; véase la triste
historia de Anakin, traidor a todo aquello en lo que creía por miedo a perder
el amor de Padmé.
Un
sith suele no ser sólo un padawan de un Maestro Oscuro, sino también un antiguo
jedi renegado, que no pudo soportar la tensión de esta renuncia emotiva. Siempre
usan espadas de luz rojas: el color de la furia, y a veces sus mangos son también
distintivamente curvos[7]
¿tal vez para indicar la naturaleza torcida de sus destrezas? También hay siths
que, como el mítico Exar Kun (también llamado Darth Bane), o el más cercano y conocido
Darth Maul, llegan ensamblar un par para fabricar así una especie de doble pica
de luz, tremendamente eficaz en combate.
Como
hacen ciertos estilos externos de wu-shu,
por ejemplo el hung-kar, los sith priorizan
el ataque sobre la defensa, canalizando su rabia y odio para inflingir el
máximo daño, incluso a riesgo de sufrir peligrosas lesiones a manos de su
enemigo. Con tal de vencerlo, recurren a técnicas de lucha cuerpo a cuerpo tan potentes
que casi siempre resultan letales, como el Apretón de la Fuerza… aunque Mace
Windu, usando la Forma VII, estruja los pulmones del general Grievous con este
ataque, causándole su sempiterna tos al ciborg separatista.
Indudablemente,
la compleja sofisticación de todo este sistema que muestra la eterna lucha
entre Caos y Orden, Sombra y Luz, yin y yang, dota a los tiroteos con armas
láser y las carreras y combates de naves espaciales de una dimensión extra de
profundidad filosófica… al menos aparente.
The Matrix (Lana y Andrew Paul Wachowski) |
-The Matrix (1999-2003) También sería superfluo resumir el argumento
de esta conocidísima trilogía que especula con el concepto de realidad de un
modo que no habría aburrido al paranoico Philip K. Dick.
Sin
la menor duda, algunos de los momentos visualmente más atractivos de la saga lo
constituyen también los enfrentamientos cuerpo a cuerpo entre sus personajes,
usando artes marciales, que la distinguen. Los hermanos Wachowsky tienen bien
presente el viejo refrán cinematográfico de que el mejor efecto especial es
simplemente un cuerpo humano haciendo “cosas difíciles”. Y lo ayudan con tomas
en bullet time, cables y muchos
efectos digitales, por suerte técnicamente muy superiores a los pueriles y
clásicos trucos de “chinos voladores” característicos de tanta película antigua
de Hong Kong[8].
Con
la singular particularidad de que todas estas hazañas puede, de algún modo,
creérselas el espectador… porque ocurren, no en el mundo real, sino en un
entorno artificial: la realidad virtual (oxímoron soberbio donde los haya), esa
alucinación consensuada o simulación inducida por las astutas máquinas para
hacer creer a sus baterías vivientes, los humanos, que viven vidas “normales”.
En
esta Matriz de falsa realidad los Agentes, programas de control del sistema,
tienen poderes asombrosos. Pueden poseer el cuerpo de cualquier otro individuo-programa
y abandonarlo a voluntad para ocupar otro, eliminando todo daño “físico” que
hubieran sufrido en el proceso. Pueden luchar como expertos con manos y pies
desnudos. Pueden romper concreto a mano limpia. Pueden esquivar balas. O sea:
son invencibles, aunque en realidad sean “apenas” tan hábiles como si fuesen artistas
marciales de altísimo nivel… digamos, karatekas vigésimo dan[9].
Pero
donde las dan las toman; para enfrentar a los formidables agentes, Morfeo y Neo
disponen por su parte de igualmente notables recursos: para empezar, pueden
reprogramarse, cargándose avanzadas rutinas de combate… un método de
aprendizaje mucho más veloz que los años de extenuante entrenamiento que
llevaría adquirir habilidades semejantes en el mundo real.
¿Qué
practicante de artes marciales frustrado por lo lento de su avance no suspiró
de envidia ante la frase de Neo “ya sé
kung-fu”? Confirmada luego por su espléndido desempeño en el dojo, para
nada de principiante… aunque el más experimentado Morfeo acabara derrotándolo
de todas maneras.
En
el ámbito virtual de La Matriz, lo inverosímil es cotidiano; creer es de veras poder.
Se puede saltar de una azotea a otra a más de 50 metros de distancia… si se
cree que se puede. Como en el tai chi chuan
clásico, aquí la batalla se gana o se pierde en la mente del guerrero. Neo, el Elegido,
tiene la fuerza de la fe… y así, aunque al principio dude de sí mismo, al final
del primer filme ya enfrenta al agente
Smith y compañía, destruyendo a uno y poniendo en fuga a otros. Cierto, también
lo magullan bastante en el proceso; llega incluso a morir… aunque, claro, como
Cristo, resucita. Por suerte bastante antes de los tres días.
Los
poderes de héroe y antagonistas en los combates del universo Matrix desafían
las leyes físicas… y cada vez más, en las dos entregas posteriores de la saga.
Recuérdese esa épica batalla, sin dudas la mejor escena de la por otro lado
algo monótona Matrix Reloaded, cuando en una plaza vacía Neo se enfrenta, primero
a decenas y al fin a cientos de agentes Smith, quien es ya un virus que invade
el sistema autorreplicándose… y el imponente manejo que hace el Elegido de un
pesado poste metálico con la base aún rodeada de cemento al principio, como si
de ligero bo de kubo-do fuera. Su exhibición marcial comienza siendo más o menos
creíble hasta desembocar en técnicas ya física y absolutamente imposibles…que
sin embargo, el espectador acepta como verosímiles.
O
la batalla final en Matrix Revolution,
en la que ambos oponentes vuelan, sin más.
Es
pertinente señalar que algunas de las hazañas de los personajes durante sus combates,
por ejemplo, caminar algunos pasos por las paredes o el rompimiento de objetos
a mano limpia, no están en realidad más allá de las capacidades de un artista
marcial experto: con cierta agilidad y notable práctica es posible ejecutar los
movimientos de Trinity cuando elimina a los policías que intentan detenerla en
la primera película… y tras años de practicar el tamashewari o rompimiento de objetos, los huesos de los karatekas,
a fuerza de sufrir continuas microfracturas, han aumentado tanto en densidad, y
por tanto resistencia, que no se quiebran al ejecutar hazañas como quebrar
varios bloques de concreto. Aunque siempre tras larga concentración previa.
Igualmente
está demostrada la habilidad de endurecer a voluntad la musculatura corpórea,
haciéndose así de un auténtico escudo contra armas contundentes o incluso
cortantes. Tal destreza distingue a los grados superiores del wu-shu o chuan-fa de Shaolín: es la célebre túnica o camisa de hierro.
Obviamente,
las más impresionantes, visualmente halando, no son esas, sino son otras
capacidades, como las de Neo de detener a voluntad las balas en el aire o volar
a velocidades supersónicas, que ya ningún entrenamiento, por riguroso o largo
que sea, puede conferir.
Pero
nadie tampoco lo esperaba. A fin de cuentas, Neo no es un humano común, sino el
Elegido, y por eso es que para las balas y vuela; cree que puede hacerlo y lo
hace. Punto. Nada de artes marciales aquí… en realidad, siendo ya un virtual
semidiós, no las necesita, y el público lo comprende al vuelo.
-Equilibrium (2002) Este filme del director Kurt Wimmer, de
presupuesto de producción más bien
bajo[10],
y por ello algo menos conocido que los anteriores, goza sin embargo de relativa
popularidad entre el fandom de la CF. Y no por tratarse de la enésima revisitación
distópica, a la vez del 1984 de
George Orwell, con su padre que
recuerda inevitablemente al Gran Hermano, y del Un mundo feliz (Brave New World) de Aldous Huxley, que hasta tiene elementos del Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, como la quema de libros.
Equilibrium (Kurt Wimmer, 2002) |
La
clave es el rol protagónico que en su argumento juega la destreza en las artes
marciales, una habilidad considerada tan peligrosa en el futuro que sólo la
posee la élite supervisora de esta sociedad inmovilista: el Tetragrammaton, los
clérigos, que no sienten emociones, no aman, y persiguen implacablemente a
quienes muestran aún tan “subversivas” debilidades.
Nadie
enfrenta a los clérigos y sobrevive: todos son letales a mano limpia o con los bokutos-wakizashis que generalmente llevan
al cinto (también entrenan usando men,
las máscaras protectoras tradicionales de kendo
nipón), pero sobre todo gracias al formidable manejo que hacen de sus armas
de fuego personales: un par de pistolas automáticas. Y no sólo disparando, sino
golpeando con cañones y culatas preparadas para desplegar mortales púas, en una
especie de eficacísima katá, un concepto
totalmente nuevo[11]que
implica la adaptación de las artes marciales tradicionales a los tiempos
modernos.
Hasta
que uno de esos inhumanos clérigos, el más pétreo de todos, John Preston,
comienza a sentir, y sacude los cimientos del gobierno…
La
historia no es nada del otro mundo, pero si algún valor tiene y por algo se le
recuerda, es gracias a la destreza marcial del actor que interpreta del clérigo
rebelde: Christian Bale, en extremo convincente en el papel, hasta el punto de
que su desempeño aquí le permitiría ganar luego el codiciado protagónico en la nueva saga de Batman, en la que también
hace alguna que otra exhibición de sus capacidades como artista marcial.
Por
supuesto, no son estos 3 los únicos ejemplos ni mucho menos. La lista es larga.
Como filmes protagonizados por estrellas del cine de artes marciales, amén de las
ya mencionados Timecop y Furia silenciosa, de Van Damme y Norris,
podrían citarse La máscara negra (The black mask/Hei Shia, 1996) y El único (The one, 2001) ambas protagonizadas por Jet Li… quien es mucho
mejor actor que los otros dos juntos.
Por
supuesto, el sub-subgénero de CF con estrellas del cine de acción, aunque no
sean artistas marciales, a menudo las muestra enfrentadas contra verdaderos expertos, a los
que (si bien muy golpeados y con inmenso esfuerzo) suelen vencer, como para
demostrar que ser cinturón negro no lo es todo en una pelea.
Tendríamos
a Arnold Schwarzenegger en Total Recall
(1990) eludiendo las patadas de una debutante Sharon Stone, supuestamente de artes
marciales, aunque por momentos parecen más de ballet. En El demoledor (Demolition man,
1993) Stallone vence al mucho más competente marcialmente hablando Wesley
Snipes; en El soldado, (Soldier, 1998) Kurt Russell, hace lo
mismo con el impresionante Jason Scott Lee, recordado por su convincente recreación
de Bruce Lee en la biografía fílmica del gran peleador chino. En la saga de Riddick (2000-2013) Vin Diesel
interpretando al fuera de la ley de ojos de felino se enfrenta cuchillo en mano
y con muy poco estilo ¡pero con completo éxito! a los letalísimos guerreros
Necromonger, capaces nada menos que de predecir las acciones de su contrario y
desplazarse en el tiempo para evitarlas: ideal marcial donde los haya. Y, last but not least, aunque sea menos
conocido, en Serenity (2005), el
largometraje–extensión de la gustada serie de TV Firefly, Nathan Fillion como el veterano capitán Malcolm Reynolds
derrota a su nemésis gubernamental… gracias a que perdió en la guerra el nervio
mediante el cual su oponente pretendía
inmovilizarlo. Mientras que la misteriosa adolescente prodigio River Tam
(la exquisita Summer Glau, luego aún más famosa por su papel de Terminator en
la serie Las crónicas de Sarah Connor)
acaba ella sola con un pelotón de los salvajes reavers.
Ya
saliéndonos de este más bien estrecho ámbito, vala la mena mencionar también al
filme ruso en dos partes La isla habitada
(Obitayemy ostrov,
2009) adaptación no del todo feliz por Fyodor Bondarchuk[12]
de la novela homónima de los Strugatsky de 1972. Allí Maxim Kammerer (Vasili
Stepanov) es un piloto espacial terrestre, que naufraga en Sarakhs, un mundo
primitivo. Tras diversos avatares en el agresivo entorno, se une a la Legión,
una especie de fuerza militar de élite de un país dominado por la Junta Militar
de los Padres Desconocidos, y pronto destaca entre los endurecidos
combatientes: su conocimiento de las sofisticadas artes marciales terrestres, hijas
de una civilización más avanzada, lo convierte en uncontrincante casi
insuperable… pero le cuesta matar, algo sobre lo que los Strugatsky insisten
una y otra vez.
Más
recientemente, vemos a las artes marciales formar parte más o menos habitual e
importante de las habilidades de diferentes personajes. Así, al ver After Earth; El juego de Ender (Ender´s game); Oblivion y Elysium, todas del 2013, un espectador podría llevarse la misma
impresión sobre los humanos del futuro que tienen algunos extranjeros sobre
Japón: que casi todos los que viven allá son expertos absolutos en artes
marciales.
EN
LA LITERATURA
Ante
todo, es preciso hacer notar que las artes marciales en la literatura tienen un
fuerte handicap: por entretenido que
resulte contemplar una pelea en pantalla, leer su descripción ya es harina de
otro costal.
Relatarla
del modo “fulano le asestó un codazo
ascendente al mentón a mengano, que alcanzó a desviar el ataque barriendo hacia
afuera con su antebrazo derecho” puede ser aburrido, y además de largo y
difícil de visualizar. Por otro lado, recurrir al vocabulario técnico
específico de las artes marciales orientales “Aka ejecutó mae-empi al mentón de Ao, que bloqueó con miji-gyodan age
suke” corre el peligro de volver ininteligible la acción, excepto para los
versados en tales disciplinas.
Hecha
esta salvedad, veamos cómo han logrado sortear las dificultades de la
representatividd a traés de palabras y no de imágenes distintos autores del
género.
-Qué difícil es ser Dios (Trudno byt vogom, Bratia Strugatsky,
1964) Dos generaciones de lectores cubanos crecieron disfrutando esta novela en
su versión de la Editorial Mir traducida por Antonio Molina García… pero para
los más jóvenes, visto que no se ha reeditado en décadas y el filme ruso-polaco-alemán
de 1988 es también una rareza, podría ser útil refrescar su argumento.
Antón
es un historiador terrestre, destacado en la nación feudal de Arkanar, en un planeta
primitivo habitado por humanoides. Caracterizado como el noble Rumata de Estoria,
su cometido es observar y registrar la cultura local… nunca intervenir, por
injustos o salvajes que sean los acontecimientos en los que se vea envuelto,
porque podría cambiar desastrosamente su curso.
Por
supuesto, a medida que transcurre la acción este ideal de no injerencia se
revela impracticable. En singular analogía histórica del principio de
indeterminación de Heisenberg, la simple presencia del observador siempre acaba
cambiando los resultados del experimento. Rumata se enamora de Kyra, una joven
local, hace amistad con el exuberante y simpático barón Pampa, desconfía de
Reba y cree que sus grises de asalto son el germen de una especie de fascismo avant-la-létre.
Antón,
hijo de la sofisticada civilización terrestre de un futuro que se supone comunista,
aunque no se entra en detalles, domina un arte marcial superior, con el que,
usando su espada de noble, es capaz de reducir a todos los enemigos a los que
se enfrenta… pero, como Maxim en La isla
habitada, novela de los mismos autores algunos años posterior a esta, también
evita a toda costa matar o incluso herir a ninguno. Lo que, junto a la
imposible pureza del oro con el que paga sus deudas, acaba atrayendo sobre él
la atención del siniestro Reba.
Al
final, cuando los monjes armados de la Orden Sacra toman el control de Arkanar,
marcando el inicio de una época de oscurantismo e intolerancia, y Kira es
muerta, Antón-Rumata pierde el control, empuña su segunda espada[13]
y se abre paso a sangre y fuego al mejor estilo berserker hasta matar a Reba… dejando una estela de más de 400
cadáveres a su paso, masacre que obliga a los circunspectos historiadores a intervenir
lanzando gas somnífero sobre toda la ciudad.
Por
supuesto, tras esto lo repatrian a la Tierra, dodne lo mantienen en
observación: el dios-humano-superior comunista ha perdido los estribos y se ha
implicado, haciendo uso de toda su superioridad… así que ya no es de fiar. La
perfecta ecuanimidad, la ataraxia o calma filosófica de los griegos, es difícil
de lograr… y muy fácil de perder. Una lección en la que nunca deja de hacer
énfasis todo sensei o sifú que se respete: el mejor guerrero
es el que nunca se ve obligado a pelear para demostrar su superioridad.
Dune (David Lynch, 1984) |
-Dune (Frank Herbert; 1966-1985, más precuelas
y secuelas del hijo Brian y Kevin Anderson; 1999-2007) Esta es otra saga clásica de la CF, formada
por las seis novelas originales, más dos trilogías de precuelas y dos
continuaciones, ya escritas por el vástago del autor junto con otro escritor,
famoso antes por su Trilogía de la
Academia Jedi. Incluso ha tenido una versión fílmica dirigida por David
Lynch, en 1984, y dos series de TV, entre el 2001 y 2003.
Intentemos
condensar en pocas palabras el laberíntico argumento de esta serie, por otro
lado casi tan popular y conocida para el fandom como el universo Star Wars.
Se
trata de una space-opera canónica, en
la que en un futuro lejano coexisten alta tecnología y estructuras sociales
feudales. El emperador o padishah y sus tropas élite, los Sardaukar, rigen con
mano de hierro la galaxia, en la que no hay computadoras porque en el pasado
las máquinas pensantes se rebelaron contra los humanos, pero sí existe el viaje
más rápido que la luz, gracias a los Navegantes, humanos mutados que para poder
orientarse en el hiperespacio consumen la especia melange, que también posee propiedades geriátricas únicas, y sólo
se encuentra en el palaneta Arrakis, lo que la convierte en la sustancia más
valiosa del universo. Entrelazada con la singular ecología desértica de este
mundo, también llamado Dune, y con su especie dominante, el gigantesco gusano
de arena, totalmente hidrófobo, está la vida de los fremen, violento pueblo nómada
que tiene al agua como principal moneda y ha desarrollado una cultura en torno
a su escasez y conservación… y la mística de un Elegido que los salvará y
llenará de poder. Pugnas más o menos veladas se desarrollan en torno al control
de la melange entre varias casas
nobles del Landsraad, paralelamente con la lucha de la Hermandad Bene Gesserit
por lograr a su Kwisatz Haderach o macho con acceso a todas sus memorias
raciales, y no sólo a las femeninas, como ellas. También están los misteriosos tleilaxu,
con su dominio sobre la biología, y otras fuerzas enigmáticas y potentes que
condicionan un complejísimo y apasionante panorama de intrigas y maniobras por
el poder.
¿Y
las artes marciales, qué pintan en tan sofisticado y laberíntico futuro? Pues
mucho. Resulta que la clave de la tecnología militar son escudos de energía personales,
que detienen proyectiles de alta velocidad y al contacto de un rayo láser
estallan con efectos similares a los de un arma nuclear. Por eso las armas con
baja velocidad ue pueden superar los escudos, como los dardos, las espadas y sobre
todo los cuchillos, son artes supremas.
En
este universo todo soldado y por extensión todo noble se entrena desde su
nacimiento en la esgrima con el cuchillo, al estilo español. Feyd Rautha
Harkonnen y Paul Atreides culminan la primera entrega de la serie, Dune (1965), con un memorable duelo al
arma blanca, que mucho tiene del estilizado sabor de un combate entre samurais.
No se mencionan disciplinas de origen asiático ni técnicas de nombre
enrevesado, pero la inspiración en las artes marciales del Este es obvia.
También
jay otros elementos que en la saga apoyan el concepto de guerrero más que
soldado, típico de las culturas orientales: el entrenamiento Prana Bindu de las
brujas Bene Gesserit, que las hace veloces y letales, y llega a su extremo en las
renegadas Honoradas Matres, que regresan de la Expansión convertidas en casi
invencibles luchadoras, tiene mucho de adiestramiento marcial. Paul Atreide, al
ser probado, debe vencer con su autocontrol el dolor y su ilusión, un test
clásico de muchos estilos de wu-shu y
otras disciplinas combativas asiáticas, que entrenan el cuerpo de sus
practicantes casi hasta la ruptura para enseñarlos así a superar sus propios
límites físicos y mentales. La habilidad de utilizar el grito para aumentar el daño
que puede infligir a un enemigo que descubre Paul al convertirse en Mouadib o
Mesías de los fremen ¿no hace pensar en el kiai
de las artes marciales llevado a su máximo desarrollo? La capacidad de
aceleración temporal que desarrolla el Bashar[14]
Miles Teg en Herejes de Dune (Heretics of Dune, 1984), de la que
existen analogías en algunos artistas marciales de máximo nivel. La condición
de soldados de élite de los Sardaukar imperiales, orirundos de Salusa Secundus,
originalmente un planeta prisión, lo que implica un adiestramiento en
condiciones durísimas, equiparable al de algunos estilos de nin-jutsu.
Curiosamente,
apenas si se menciona el término “arte marcial” durante toda la saga. Pero el
espíritu de estas disciplinas está fuertemente implícito en toda la mística
guerrera de dicho universo, de una manera que ha influido en gran medida a numerosas
obras posteriores.
-El Señor
de la Luz (Lord of the Light, Roger
Zelazny, 1968) Pese a ganar el premio Hugo del
año en que fue publicada, esta novela no es muy conocida para el lector cubano,
ya que nunca se ha editado en nuestro país. Valga entonces una sinopsis de su
argumento.
La nave humana Estrella
de la India
llega a un planeta de tipo terráqueo… donde, algunos cientos de años después, los
descendientes de los astronautas (y algunos de la tripulación original, pues un
sistema tecnobiológico de reencarnaciones, mediante el que transfieren su alma
o atman a nuevos cuerpos, les ha
permitido burlarse de la muerte) han creado una curiosa sociedad, basada en el
panteón de dioses hindúes. Hombres y mujeres escogidos por la fuerza de sus
mutaciones de entre cientos de “semidioses” encarnan a las divinidades sumiendo
su Aspecto (una especie de superpoder que varía según el individuo), y así controlan
con mano férrea al pueblo llano, de vidas mucho más efímeras.
Parece el sistema de dominio perfecto, llamado a ser eterno,
por tanto… hasta que Kalkin o Mahasamatman, abreviado Sam, un rebelde ex dios
aún dotado con poderes de control eléctrico a distancia, adopta el nombre de Siddhartha
(Buda) y se enfrenta a la poderosa Trimurti, a veces con la ayuda de sus
antiguos enemigos, los rakashas o
demonios, seres energéticos y pobladores originales del planeta, a los que él
mismo ayudara a vencer años atrás.
En esta apasionante historia de CF de trasfondo teológico
hinduísta hay aventura a raudales, exquisitos diálogos y un extraordinario
diseño psicológico de personajes. Y también ¡no faltaba más! artes marciales; hay
que destacar el habilísimo e imaginativo modo en que Zelazny resuelve el eterno
problema de relatar los combates.
El mejor ejemplo es cuando Yama, dios de la muerte, decidido
a matar a Sam Tathagatha el falso Buda, se enfrenta a Sugata,
su más fiel seguidor… que originalmente era Rild, un asesino enviado para
matarlo. Ahora, convertido en el primer converso de su religión de no
violencia, rompe sin embargo sus votos para defender a su maestro con toda su
habilidad.
Es
un duelo antológico: mientras el dios de
la muerte, siempre vestido de rojo, que goza de suprema destreza en el combate
sin armas o con cualquiera de ellas blande una larga cimitarra, su adversario
sólo usa una simple hoja curva cortante… pero con sorprendente maestría: hace
años fue el mejor alumno de Yama. Además, tiene una ventaja extra: siendo uno
de los asesinos sagrados de Kali, ha sido parcialmente sumergido en el baño de muerte
de la diosa, por lo que su cuello y manos, junto a porciones de su pecho,
abdomen y espalda, han perdido toda sensibilidad táctil, pero son a la vez
impenetrables; prácticamente combate con peto, espaldar, gola y guanteletes
blindados
Resulta
magistral la manera en que, sin
complicarse citando movmientos concretos de esgrima, el autor describe el largo e intenso enfrentamiento el
arma blanca entre ambos guerreros, saltando un abismo, subiendo una cuesta, en
el poco profundo cauce de un arroyo. Yama todo el tiempo tiene la superioridad,
pese a la dura oposición de su adversario… y no sólo por la mayor longitud de
la hoja que blande. El dios de la muerte lanza ataques hasta descubrir las
partes vulnerables del cuerpo del hijo de Kali. También es notable cómo Zelazny
describe le modo en que le arroja su capa de bordes pesados para envolverlo
como si fuese una red, y cómo lo proyecta usando una técnica de sacrificio con
apoyo de pie tan bien descrita que cualquier judoka la reconocerá sin
dificultades como un tomoe-nage. El
lance en el que pierde su cimitarra y sigue peleando con su daga, y luego usa
su faja como un látigo para enredarle los pies y hacerlo caer. Y sobre todo la
manera en que lo vence finalmente, hundiéndose con él en las aguas para emerger
casi sin aliento al cabo de largos minutos, pero habiéndolo ahogado[15].
En
otros pasajes de la novela se describen diversas habilidades marciales. Rudra
el Ceñudo o el Torvo, el dios arquero, exhibe con sus flechas una destreza que
recuerda tanto al mítico Rama, matador del rakasha
Ravana, como a los practicantes nipones del milenario arte marcial del kyudo. El modo en que Tak de los Archivos (también
llamado de la Lanza Brillante) esgrime dicha arma demuestra que Zelazny tenía
algunas nociones sobre la manera de usarla del wu-shu y el kobu-do, muy
diferente del empleo tradicional en Occidente.
Sin
embargo, jamás mencione ni judo ni kárate ni otras artes más antiguas, como el
antiquísimo y aún practicado kalaripayatu
hindú. Aunque sí llama por su nombre a otra disciplina no tan marcial de
Occidente: la singular lucha irlandesa, en la que Sam y el gordo dios Kubera se
enfrentan, golpeándose alternativamente por turno riguroso hasta que el
Iluminado ya no puede levantarse más.
-Snowcrash (Neal Stephenson, 1992) Aunque
más reciente y popular, tampoco ha sido publicada en nuestro país; por eso ofrecemos
también un resumen del argumento.
En un futuro hipertecnológico, pero donde los EE. UU se han balcanizado
en cientos de pequeñas naciones o franquicias, Hiroki Protagonist, al que
llaman Hiro –como héroe en inglés- ¡héroe protagónico! trata de ganarse la
vida. Es un hacker, y sus amigos también son desclasados como él ¡impagable ese
personaje del rockero Vitali Chernobil y su grupo, los Desastres Nucleares.
Snow Crash (Bantam Books, 1992) Neal Stephenson |
Es un texto muy intenso: hay persecuciones en moto, duelos con
katana en espacios virtuales y reales, piratas en el Pacífico ¡Bruce Lee y su banda!,
yakuzas, animales robots de combate, y
toda una galería de fascinantes personajes como el gigantesco mutante-psicópata
aleutiano Cuervo, la adolescente T. A. o el Tío Enzo, cara visible de la Mafia,
que ya entonces es otra empresa respetada y legal.
Como trasfondo, una interesante conspiración global para
dominar el mundo basada en los memes, las estructuras lingüísticas
autoperpetuables enunciadas por Richard Dawkins en su cardinal libro El gen egoísta (1976) y tan importantes
en las actuales teorías de la información. En fin: los sumerios y los hackers:
mézclese y sírvase con grandes dosis de trepidante aventura, y ahí está una de
las obras cumbres del neociberpunk.
Obviamente, las artes marciales llegan aquí de la mano de
Hiro, que blande una refinada katana heredada de su padre, quien se la arrebató
a un oficial japonés cegado por la explosión de la bomba nuclear de Hiroshima,
durante su fuga de un campo de prisioneros.
El modo en que el protagonista usa su espada no es
exactamente el ritualizado del kendo;
recuerda más bien al iai-do o iai-jutsu, mucho más realistas por su
hincapié en el proceso de desenvainado y corte rápido[16]. Su prioridad
no es ganar por puntos anaunciando al atacar si golpeara en la cabeza (men), las muñecas (kote), o el torso (do)…
sino sobrevivir ante uno o varios oponentes en un combate real, dañando a la
mayor cantidad de ellos. Para eso entrena duramente no sólo con su hoja, sino
sobre todo con la “katana para patanes”, una pesada barra de hierro, para
aprender a contener el tajo y no dejar su arma clavada en el cuerpo de ningún
adversario, quedando así estúpidamente indefenso[17].
Con lo que logra una destreza que le permite, por ejemplo, manejando
a un avatar, en el mundo virtual por él creado, enfrentar al de un belicoso ejecutivo
japonés que lo desafía poniendo en duda su derecho a usar la katana que porta
al cinto… y apenas si dura un lance contra Hiro, tal y como le ocurrriría en el
mundo real a cualquier novato contra un experto samurai del agitado Período
Sengoku.
Una letal preparación marcial, por cierto, aunque menos
explícita, exhibe también el arquetípico antagonista de Hiro, el gigantesco
aleutiano Cuervo, tallador de cuchillos de vidrio quirúrgicos, tan filosos que
incluso atraviesan chalecos antibala de kevlar. Con estas hojas no metálicas,
en un pasaje singularmente sobrecogedor,
Cuervo afila las puntas de varias pértigas de bambú, convirténdolas en lanzas y
arrojándolas con su diestra puntería de arponero para dar cuenta de algunos
enemigos que se le acercan en un sembrado, confiados en la supuesta
superioridad de sus armas de fuego.
El largo enfrentamiento entre Hiro y Cuervo, que tiene lugar tanto
en el mundo virtual como en el real, es uno de los combates mejor concebidos y
mejor narrados de la CF… aunque la inesperada intervención del mafioso Tío Enzo
inclina su resultado hacia el protagonista de un modo que muchos fanáticos del
arponero aleutiano aún encuentran bastante injusto.
Por supuesto, con estas tres obras está lejos de agotarse el
filón de las artes marciales en las novelas clásicas de CF. Cabe mencionar
también Neuromante, (Neuromancer, William Gibson, 1984) donde
uno de los más letales servidores de la inteligencia artificial que da título a
la obra es nada menos que un ninja in
vitro, guerrero tan diestro que, incluso tras ser cegado por uno de los
personajes, Peter Riviera, dotado de la capacidad de inducir ilusiones
aprovechando el software cerebral de sus adversarios, aún es capaz de disparar
su arco al estilo zen para aniquilarlo.
También tenemos al primer premio Hugo de novela de Zelazny: Tú, el inmortal (This inmortal, 1966, originalmente titulada And call me Conrad-Y llámame
Conrad). Aquí el protagonista mutante, Konrad Nomikos, Karaghee o
Karaghiosis, sostiene un furioso combate a mano limpia contra un forzudo y
veloz robot peleador, Rolem, y aunque por la descripción el desafío tiene lugar
según técnicas más bien occidentales, como lucha libre y boxeo, es todo un
ejemplo de virutuosismo narrativo a la hora de relatar el enfrentamiento físico.
Lo mismo que la escena en la que Hassán, el asesino árabe y
amigo del héroe, se enfrenta ritualmente a un gigantesco albino con síndrome de
Down convertido en vampiro por una dieta obligada de sangre, el Hombre Muerto,
y contrarresta su increíble fuerza natural ysu insensibilidad al dolor
provocada por inyecciones de novocaína con astucia, envenenándose con cianuro
de sus balas las uñas afiladas con las que lo araña… aunque luego deba soportar
un terrible castigo a puñetazos contra un árbol, con el estoicismo de un
boxeador arrinconado en una esquina por un púgil mucho más pesado.
Hasta que la ponzoña empieza a hacer efecto y tiene
oportunidad de aprovechar la momentánea debilidad de su adversario para
intentar estrangularlo con un sarmiento de vid. Primero el inmenso Hombre
Muerto conserva fuerzas suficientes para deshacerse de su presa y lanzar al
árabe lejos, pero Hassán evita dañarse al romper caída en lo que Zelazny llama
muy acertadamente ukemi[18], y en su
segundo intento sí consigue asfixiarlo y ganar la pelea.
EJEMPLOS CUBANOS
Por supuesto, la narrativa nacional del género también ha
explotado alguna que otra vez el filón de proeza sobrehumana que subyace en las
artes marciales. Veamos algunos ejemplos.
-¿Dónde está mi Habana? (F. Mond, 1985) En la segunda[19]
de las novelas del hilarante “ciclo
koradiano”, y sin duda la más seria y
lograda, David Lumbí, un joven geógrafo en prácticas de campo, resulta
“abducido” por el cono de luz generado por la nave del robot marciano Larx… y
aparece en pleno siglo XVII, poco antes del ataque inglés a La Habana en 1762,
con todas las complicaciones cronológicas y sentimentales que los lectores cubanos
de seguro recuerdan bien y que por lo tanto no nos molestaremos en relatar aquí
con más detalles.
¿Dónde está mi Habana? (Letras Cubanas, 1985)
F. Mond
|
Las
artes marciales japonesas juegan un destacado papel en la trama de esta ucronía.
Al principio, cuando varios soldados españoles lo encuentran, Lumbí cree que
están filmando una película de época, pero cuando comprende que está en
peligro, aprovecha sus conocimientos de kárate para ejecutar un kumité katá contra varios enemigos con
el que los pone a todos fuera de combate.
Por
si fuera poco, y ya asomando su oreja peluda el deus ex machina del autor, resulta que junto a la mansión de Larx,
que acoge al joven náufrago temporal como su sobrino, sintiéndose responsable
de su desgracia, vive José Namura, un fabricante de abanicos supuestamente de
origen yucateco, pero en realidad descendiente de nipones, que practica cada
día en su patio ¡kendo! Lumbí y el
hijo del país del Sol Naciente entablan amistad, cada uno comienza a enseñarla
al otro sus habilidades, y al final el cubano del siglo XX acaba llevando a
todas partes, camuflado como simple bastón, un arma de entrenamiento de la
disciplina oriental, cuyo hábil manejo le salva la vida varias veces, y lo
ayuda a, entre otras hazañas, frustrar la toma de la capital isleña por la
escuadra de la pérfida Albión dirigida por el Conde de Albemarle.
Por
cierto que el relativo desconocimiento por parte de Mond de las artes marciales
nipones lo hizo caer en un error imperdonable: al arma maciza tallada en jiquí
le llama shinao, cuando hasta los
principiantes en el kendo sabe que
este utensilio está formado por cuatro tiras de bambú, e flexible y ligero y
casi imposible dañar a alguien con él.
Lo
que describe el autor no es un shinai,
sino un bokken… o más bien un bokuto, ya que tiene guardia o tsuba… aunque tradicionalmente estos se
hacen de roble japonés rojo o blanco, pudiendo ser también de nogal, arce o
ébano. El jiquí es un palo muy resistente, sin dudas… pero también muy pesado:
más bien se trataría entonces de un suburi
to, empleado no para en combate, sino para fortalecer hombros y brazos del
esgrimista, equivalente por tanto a la “katana para patanes” que usara Hiro
Protagonist en Snowcrash.
En
cuanto a su letalidad, sí que no es exagerada; Miyamoto Musashi, el más famoso
samurai de todos los tiempos, autor del filosófico Libro de los Cinco Anillos[20],
a menudo llevaba un par de bokken por
todo armamento. Y usando precisamente una simple estaca de madera (según otra
versiones, un remo burdamente debastado) fue que venció su duelo más famoso,
contra el altísimo samurai Kojiro Sasaki, su larga espada y su terrible técnica
de Cola de Golondrina.
-Al final de la senda (Yoss, 2002) Por incómodo
que resulte referirse a una obra propia, es preciso dejar de lado la falsa
modestia para mencionar una novela de CF cubana en cuyo argumento las artes
marciales juegan un rol casi protagónico. Y al haber sido publicada hace más de
una década, sin reediciones hasta hoy, se impone también una sinopsis de su
argumento.
En
el siglo XXIV el Ecumen controla la galaxia, en la que siempre hay algunos planetas
en guerra con otros, y los ejércitos suelen ser la única ley. Pero por encima
de todo poder militar están aún los Matadores, asesinos a sueldos que cobran
millones de créditos por sus encargos, y sólo aceptan algunos, nadie sabe por
qué. En realidad son mucho más que mercenarios; una orden místico-militar de la
que depende la estabilidad misma de la galaxia, el auténtico poder tras los
altivos cardenales y las modernas naves de guerra del Ecumen.
La
trama describe la educación marcial de un joven soldado, Davo Stepan ben
Yassiel, que es reclutado por una experta Matadora, Leya, y sueña convertirse en
su igual. No es el único candidato; su mejor amigo, Goradan; Yila, su hermana; Mendrio,
un filósofo; y el dalai Hirkalanzur, un
extraterrestre no humanoide, compiten con él, pues sólo uno de ellos logrará
llegar a ser Matador… y por tanto sobrevivir.
Aislados
del universo en el planeta polígono Wu-Ling, los 5 candidatos son sometidos a
una educación marcial extrema, para la que no se escatiman recursos ni gastos. Aprenden
todas las antiguas artes marciales de origen terrestre y a combinarlas de modo
creativo. Acrobacia y shibumi, la
secreta disciplina de los ninjas, capaces de utilizar cualquier objeto del
entorno de forma letal. Se adiestran en percibir el entorno al estilo dalai, de forma global y dinámica, y en cómo
acelerar sus propios metabolismos por breves períodos de tiempo para potenciar
sus reflejos y velocidad de ataque. Y finalmente, aprenden cómo confeccionar y
educar el arma clásica, invencible, de los Matadores: los rombos, cerebros de
animales de presa controlando cuerpos robóticos, una destreza que tiene mucho
de cetrería.
En
su entrenamiento, que dura años, enfrentan a diferentes instructores versados
en disciplinas de combate… y a algunos que no son auténticos maestros, sino
mortales enemigos del Ecumen y los Matadores camuflados como tales. Como los
Eexa, con sus guantes de rayos; o los Cruzados Biologistas, capaces de
modificar con asombrosa rapidez sus cuerpos, metamorfoséandose en terribles
monstruos.
Poco
a poco van quedando los candidatos en el camino, hasta que Davo siente que ha
acumulado fuerzas para el reto final: vencer a su maestra Leya y convertirse él
mismo en Matador. Aunque lo aguarda una sorpresa…
La
novela, incluso sin una prosa saturada de elementos técnicos de las artes
marciales, está profundamente impregnada de su mística. Temas como la búsqueda
del absoluto a través de la perfección, la actitud ante la muerte, y la compleja
relación maestro-discípulo, definitorios de los estilos orientales, son
abordados uno tras otro en sus páginas.
-Bajo presión (Erick Mota, 2008) Con esta
novela corta, titulada originalmente Revalorización,
Erick obtuvo el premio La Edad de Oro de CF en su tercera convocatoria del 2007.
Aparecido hace apenas 5 años, el libro está aún a la venta, así que nos
abstendremos de resumir su trama, de la que basta decir que se enmarca sin
dudas dentro del sub-género de space-opera.
Aunque las peripecias de los cadetes Juan Tomás Kirk[21]
y Kay Hunter durante su examen de pilotaje se complican con una historia de
contrabando ¡de carne de res enlatada[22]!
a bordo de la estación espacial-Academia, durante cuya resolución ambos
protagonsitas se ven empeñados en un duro combate contra las Infantes de Marina
del Escuadrón Mapache.
Bajo Presión (Gente Nueva, 2008) Erick J. Mota |
Es
precisamente durante este combate cuando las artes marciales asoman la cabeza.
Lo interesante es que el estilo de combate al que el autor recurre aquí no es
ninguno de los tradicionalmente practicados en la Tierra, sino una disciplina novedosa
y expresamente desarrollada para el combate en gravedad 0. Según su descripción
es rica en posturas rígidas como de ballet para golpear al enemigo, y se basa
en los rebotes contra paredes, teho y suelo para ganar impulso y por tanto
fuerza destructiva. Lo que convierte la escena del combate en una especie de
crónica del caos, ya que no sólo a mano (o pie) limpia enfrentan los cadetes a
las Infantes de marina contrabandistas: ambas facciones tienen o logran hacerse
con armas máser…
Erick
no menciona aquí por su nombre a este singularísimo modo de combatir en la
ingravidez, pero los conocedores de su obra reconocerán sin duda al tadayo-zenshin do, uno de los varios
estilos que figuran en las páginas del cuento ¿Y quién nos librará de la derrota? incluido en su ligeramente
posterior libro Premio Calendario del 2009 Algunos
recuerdos que valen la pena (2010) que se ambienta justo en un torneo
interplanetario de artes marciales.
Asimismo,
en otro cuento algo anterior del autor, Los
que van a morir te saludan, aunque publicado sólo después, en la antología En sus marcas, listos…¡futuro! (2011) se
aborda también el tema de las artes marciales, en una especie de torneo o circo
romano al que las máquinas del futuro presentan sus competidores: gladiadores
clonados a partir del ADN de la extinta humanidad. Y aunque en el texto no
figuran descripciones de llaves o ataques típicos de las artes marciales
orientales, ni movimientos con nombres en japonés o chino, sí aparece una cita
de El Libro de los Cinco Anillos de
Musashi, reveladora de que ya desde entonces el tema le interesaba.
Por
supuesto, más allá de las 3 arriba mencionadas, las artes marciales aparecen
aunque sea fugazmente en varias otras novelas cubanas de CF.
Por
ejemplo, en Espiral (Agustín de
Rojas, 1982) el segundo de los Premios David, en 1980, los aurorianos han
desarrollado su Arte de Combate, estilo sincrético de lucha sin armas que combina
los mejores movimientos de todas las artes marciales conocidas, convirtiéndolo
en deporte… cuyo principal precepto, por paradójico que resulte, es nunca dañar
al oponente. Por eso uno de los competidores sufre terribles desgarrones
musculares durante un combate, al verse obligado a contener su golpe cuando
advierte que su antagonista no puede bloquearlo ni esquivarlo por estar “ido”.
Una conducta, dicho sea de paso, perfectamente acorde con el verdadero espíritu
de las artes marciales, que consideran que el único enemigo que vale la pena
derrotar es uno mismo.
En
la singular novela de espionaje-CF Confrontación
(Juan Carlos Reloba & Rodolfo Pérez Valero, 1985) varios de los personajes,
tanto de la contrainteligencia cubana como de sus enemigos corporados de países
capitalistas, exhiben dominio de artes marciales durante sus enfrentamientos
físicos, además de emplear armas de fuego y otras.
Algo
muy similar sucede en Amor más acá de las
estrellas (Rafael Morante, 1987) que fuera premio David en 1984: los
extraterrestre humanoides que visitan la Tierra, y de los que hay dos facciones
en pugna, emplean técnicas de combate que, aún sin ser detalladamente
descritas, resulta evidente que pertenecen a un arte marcial extremadamente sofisticado;
ni todo el entrenamiento en kárate-do
del protagonista humano le permite hacerle frente ni siquiera a una “débil”
mujer que las pone en práctica.
Si
bien casi desnocida en nuestro país por haber sido publicada por Mondadori y
escrita en Barcelona Garbageland (Juan Abreu, 2001) es una novela distópica
que, dada la nacionalidad de su autor, aunque emigrado, creemos perteneciente
con todo derecho al corpus narrativo de la CF cubana. En varias de las escenas
del caleidoscópico texto aparecen personajes con habilidades marciales más o
menos explícitas, pero por remitirnos a un solo ejemplo, valga mencionar a esa
monja asesina que es capaz de esquivar las balas moviéndose más rápido que
ellas en una extraña danza-sinfonía que improvisa con el combate como
partitura. Hilando fino, pueden verse aquí
claras referencias a la hermandad Bene Gesserit de Dune, pero también al templo de Shaolín con sus monjes guerreros,
lo mismo que a los letales ikko-ikki,
sus similares del Japón feudal, por no mencionar a hermandades monástias
militarizadas occidentales como los Templarios.
Para
terminar, también en varios de los cuentos o pasajes de la novela que en
conjunto integran su monumental obra neociberpunk[23]
Habana Underguater, aún inédita en
Cuba, Erick Mota incluye personajes con dominio de una o varias artes
marciales; menciona las más tradicionales, como kárate o tae-kwon-do, junto con estilos relativamente recientes,
como el krav-magá israelí.
Y
¿quién sabe en cuántas novelas de las que ahora mismo están escribiendo los más
jóvenes autores del patio aparecerán pasajes que deban en mayor o menor medida
su intensidad dramática al uso de las artes marciales por sus personajes?
A
MANERA DE CONCLUSIONES
Nuestro
ferviente deseo al emprender el periplo analítico anterior, aún siendo breve y
epidérmico, ha sido mostrar que, como todas las facetas de la cultura humana,
las artes marciales también pueden ser un elemento más en la panoplia de
herramientas de los autores de CF al concebir sus fantasiosos universos.
Reiteramos
nuestra opinión de que la inclusión en el cine del género de escenas en las que
los personajes muestran habilidades marciales puede ser contraproducente, si no
se dispone de actores físicamente preparados para, al menos, fingir que poseen
el nivel técnico requerido. Incluso la magia de coreógrafos de escenas de combate
como Yuen Woo-ping tiene sus límites: pueden convencer al gran público de que
Neo-Keanu Reeves sabe lo que está haciendo… pero en ningún caso contentar a un
conocedor medianamente versado.
En
la literatura, por otra parte, los autores tienen mucha mayor libertad, poder…
y responsabilidad, como diría Stan Lee: dado que lo verosímil o convincente que
resulten sus escenas de combate físico depende tanto de su habilidad como
narradores como de su conocimiento de las artes marciales, recomendamos al
menos adquirir algunas mínimas nociones de estas disciplinas antes de lanzarse
a describir movimientos fantásticos que creen espectaculares o letales, pero
que al ser leídos por un simple aficionado resultan ridículos, ineficaces y
facilísimos de contrarrestar, lo que produce el efecto exactamente contrario al
que se pretendía: mostrar la competencia combativa del personaje que los
emplea.
Ningún
conocimiento es superfluo para un creador de CF. Ya sean las artes marciales
exóticas, la cetrería o la resolución de crucigramas, la clave de la excelencia
está en integrarlos de manera orgánica al worldbuilding
y a las acciones que figuren en todo el texto.
Arigató,
gozae-mazá… y make the Force be with you, youngs jedis.
23
de nero de 2014.
[1] Expresión
japonesa que significa, grosso modo
¡a combatir! y por tanto se usa para dar inicio a los enfrentamientos en casi
todas las artes marciales oriundas de dicha cultura.
[2] Por
ejemplo, Timecop (1994), de Van
Damme, con su enrevesada trama de viajes en el tiempo, no por gusto considerada
su mejor película y de paso la más taquillera; o la mucho más olvidable Furia silenciosa (Silent rage, 982), de Chuck Norris, donde el futuro ranger Walker
enfrenta a un criminal psicópata con increíbles fuerza y poderes regenerativos,
que le proporcionó mediante misteriosas inyecciones el científico loco de
marras.
[3]Por ejemplo, la
sensibilidad de Mace Windu a los “Puntos de Ruptura” del futuro.
[4] Aunque en algunos
momentos de la trilogía original se declara que sólo la poseen los seres vivos.
[5] Para algunos, nada menos
que las mitocondrias ¿La Fuerza como efecto de un ADN primordial?.
[6] Los interesados en más
detalles, vean el fascinante mockarticle
paracientífico de Erick Mota al respecto, publicado en uno de los números del
extinto e-zine Disparo en red.
[9] En la vida real ninguno
ha pasado del décimo, honoríficamente reservado para su creador, Funakoshi
Gichin y un puñado de alumnos aventajados.
[11] Hay antecedentes, claro.
En el convulso Japón de la Era Sengoku, cuando la introducción de los tanegashimas o arcabuces de mecha cambió
el balance estratégico del Imperio, se crearon algunas katás típicamente de artes marciales para facilitar y optimizar
el manejo de estas engorrosas armas de
fuego, e incluso su uso con bayonetas. Cierto que entonces en el archipiélago
no existían apenas pistolas, que tampoco eran precisamente muy portátiles. Más
recientemente, el Krav-Magá israelí
ha desarrollado algunas técnicas ligeramente similares a las de Equilibrium, pero son muy básicas y no
están concebidas para un combate continuado, como en el filme.
[12] Un
director ruso de bastante renombre, a cuyo arte se deben filmes tan espléndidos
como La novena compañía (2005) sobre
la guerra de Afganistán, y la más reciente Stalingrado
(2013).
[13] ¿Posible referencia al Niten Ichi Ryu, estilo de esgrima con
dos espadas típico del más famoso samurai de todos los tiempos, Miyamoto
Musashi? Arkadi, el mayor de los hermanos
Strugatski, era traductor de japonés y experto en historia de esta nación;
probablemente lo conocía.
[15] Es
inolvidable el parlamento de “nadie le canta
himnos al aliento ¡pero ay de quien no lo tenga!” que prefigura el ataque
final del dios de la muerte contra su resistentísimo antagonista.
[16] Algunos
lo equiparan al famoso “desenfundar veloz
y disparar preciso” de los pistoleros, propularizado por tantos filmes del
Oeste. Aunque, por supuesto, hacerlo con espada es mucho más difícil que con
revólver, y requiere muchas más horas de práctica.
[17] Un
entrenamiento real del iai-jutsu… y tan
absolutamente agotador como bien describe Stpehenson, aunque en el arte marcial
nipón se usa un pesado bokken o
espada de madera especial, el suburi to.
[18] En
una traducción se dice muy explícitamente “rodó
por el suelo en acrobacia ukemi de karate”. Otra, más fiel y escueta, se
limita a poner “tomó ukemi”.
[19] La primera del ciclo fue Con
perdón de los terrícolas
(1983); las demás son: Cecilia después o
¿por qué la Tierra? (1987, reeditada en 2010); Krónicas Koradianas (1988); y Vida,
pasión y suerte (1998). Holocausto 2084 (1999) es una obra relativamente independiente, cuya
calidad literaria es, además, manifiestamente inferior a la de las demás.
[21] Sus
iniciales son J. T Kirk…evidentemente para que coincidan con las del
archifamoso comandante de la astronave Enterprise,
interpretado por el actor Wiliam Shatner en
la saga Star Trek; James Tiberius
Kirk. Claro homanaje, aunque Erick no es un trekkie
furibundo ni mucho menos…
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