Por Mónica Marchesky -seud.- (Uruguay)
Ilustración: Telephonoscope (1883), Albert
Robida (Francia)
Una angustia inexplicable lo atrapó
justo en el momento que terminaba el diseño molecular del VR16, un aislante que
tenía la cualidad de reconstituirse. El mismo sería utilizado para proteger los
parches delanteros de las ruedas de los vehículos, actualmente vandalizados. Tenían
un sistema de flotación muy costoso que vendido en el mercado negro, era el
negocio de los deslizadores y de ladrones tecnológicos de todo lo que se
mantenía suspendido.
Silencio, oscuridad total y el olor a
humedad de las paredes de la casa de 25 de Mayo 678, escondido debajo de la
cama, las baldosas frías pegándose a su piel. Sabía que ese era el último
recuerdo que saltaba antes de ser borrada su memoria inmediata. La utilización
de humanos modificados genéticamente era un recurso muy apreciado por las corporaciones
que trataban de resguardar sus fórmulas de materiales creados en laboratorio. Cada
vez que se llegaba a un nuevo material, más resistente y comercializable, los
técnicos que habían estado en el proyecto, debían de pasar por un “puesta a
punto”.
Los movimientos que realizaba, eran
repelido por minúsculas cucarachas electrónicas que lo mantenían prisionero
como en una red. No podía asociar una idea, pero lo dominaba la euforia neurotransmisora
de la adrenalina. Un frío de muerte le invadió el cerebro. Ya había pasado por
esto otras veces, entonces, abandonó su resistencia y dejó que los pequeños
monstruos trabajaran.
En un instante las cucarachas metálicas
lo liberaron y se encontró solo, en una habitación muy clara. Los elementos que
lo rodeaban, se habían retraído hacia las paredes, piso y techo.
Las
pocas imágenes que habían surgido, se fueron tan rápidamente como
llegaron. Sintió cómo las redes neuronales
se comunicaban, tratando de buscarse, de conectarse, de sobrevivir en su cabeza.
Primero fue la asociación de palabras a
imágenes, luego el reconocimiento de distintos lenguajes. Sintetizó y
comprendió los algoritmos de análisis de fotografías, diagramas y videos,
memorizó las técnicas para el despliegue visual de información cuantitativa y
estructurada.
En la sala de recuperación encontró su
ropa, se miró al espejo de cuerpo entero y si bien conservaba buena
musculatura, sus ojos denunciaban cansancio. Luego de vestirse, se colocó la
gabardina negra que se le adhería al cuerpo y era su sello distintivo y salió a
la noche.
La calle era un mar de coches
suspendidos a una altura de un metro sobre el nivel de la vía. Una leve
llovizna caía como una cortina impenetrable. Muchas luces de neón abrazaban un crepúsculo
azul—rojizo. Algunos coches llevaban “enganchados” por cables
a jóvenes en
patinetas. Esto era todo un problema para los automovilistas. Las bandas
urbanas utilizaban este método para robar el material de las ruedas delanteras de
los vehículos, que mantenían el equilibrio. Drive metió las manos en los
bolsillos de la gabardina y encontró un plástico holográfico con una invitación
a un evento. Rasgos asiáticos le proponían una velada inolvidable en el “Pavo
Verde”.
Recordó a Nanette, una prostituta de
unos treinta años, como él, que había
conocido hacía algunas noches en un bar. Buscó el luminoso y lo divisó entre un
mar de avisos de refrescos energizantes. Un par de gorilas musculosos estaban
en la puerta, mostró su invitación y sin mirarlos, entró. El lugar era de una
altura incalculable, las gradas se elevaban como escaleras hacia el techo, en
forma de cola de pavo real y allá arriba, sobre un pedestal, estaba la mujer,
con un vestido blanco ajustado al cuerpo y salpicado de rosas rojas. Un tocado
de plumas blancas y verdes, artificiales, coronaban la cabeza castaña de
cabellos sueltos hasta la cintura. Toda ella era una especie de muñeca que se
mantenía tiesa sobre unos treinta metros. Allá abajo y a su alrededor, la
multitud en silencio escuchaba su voz de pájaro herido. Toda la escena bañada en
luces difusas, hacía el ambiente irreal, como si los espectadores fueran un
cementerio de almas amontonadas y grises a la espera de la salvación. En pocos
minutos, la música melancólica, dio paso a un ritmo electrónico y las rosas del
vestido, saltaron hacia la multitud. Los hombres comenzaron una lucha por atrapar
las rosas ya que en realidad eran la última versión de Nanette que ajustadas a
sus relojes electrónicos, los harían vivir una experiencia sexual inolvidable. El
emisor transmitía una sola vez y luego se desintegraba, pero valía la pena
entrar en una trifulca por un acto sexual virtual con una puta asiática.
Salió nuevamente a la calle, sin su
rosa. Los luminosos emitían sonidos en distintas frecuencias. Hombres morenos
abrazaban a imberbes adolescentes, promocionando una fragancia de abeja
transgénica de color dorado. Seres andróginos y albinos manifestaban con gestos
que el salmón de la india era el mejor afrodisíaco. Mujeres latinas, de anchas
caderas y enormes senos eran ridiculizadas, como yeguas al matadero, en una
orden de mal gusto. En contraposición hacían su entrada mujeres lampiñas, de
una languidez increíble y estúpida mirada provocadora. Translúcidas de tan
blancas, la boca pintada de rojo intenso, hacía que los hombres deliraran como
una fruta jugosa donde colocar su humanidad. Los sentidos eran excitados al
límite a través de los luminosos, despidiendo aromas afrodisíacos, y sonidos
subliminales. Todo este festín, agregados los roces electrónicos entre los
coches y los piquetes de los enganches, le pegaron en el estómago. No podía acostumbrarse a la
contaminación sonora. Se colocó sus protectores auditivos y visuales. Era una
experiencia distinta, el hueco de los luminosos, ahora grises se multiplicaba
en la calle como nichos de muerte. Mientras en las pequeñas aceras, la especie
humana, como una masa silenciosa, discurría su vida conectada a mundos
mediáticos…
Recorrió un trecho antes de llamar
desde el teclado incrustado en su brazo a Tjor, su gemelo, reconocido por su
musculatura y una voz profunda. Tjor estaba embarcado en un proyecto de robo de
tecnología industrial del futuro. Quedaron de verse en el bar de siempre. Había
salido hacía unos días de una misión y no se encontraba muy bien. Andaba
errático, malhumorado, irritable, pero aceptó verse con él. Desactivó su
bloqueo sonoro y visual ya que dentro del bar no era necesario. Además, el
ambiente era un antro en el que Drive se sentía muy a gusto. Fumadores de
distintas hierbas se aislaban en cubículos de vidrio con una boca que se abría
hacia el techo a cielo abierto. Parecían inmersos en nubes, conversando
animadamente, absorbiendo cada uno su propia medicina. Marihuana, Fenciclidina,
Éxtasis, Mescalina, Lsd se visualizaba en la puerta de cada elemento aislante.
Tjor se sentó
a su lado en la barra de madera protegida por un polímero sintético, lo miró a
través de la franja espejada detrás del barman.
—¿Cómo te sientes? –preguntó Drive
—Como si me hubieran incrustado agujas
en el cerebro –contestó Tjor y ¿tu? Supe que estabas en laboratorio de diseño.
—¡Eufórico! como si hubiera ingerido
una gran dosis de droga alucinógena.
—Es natural, después de la “puesta a
punto” –contestó Tjor sin mirarlo.
—Sí, no me acostumbro –dijo Drive a la
vez que un golpe de imágenes lo asaltó. Se sintió flotar y reconoció la tarde
de un día cualquiera en un pueblo cualquiera. Recordó la cara ingenua de una
adolescente y el fervor de las hormonas fluyendo a borbotones, derramándose en
el interior de un coche, mientras un atardecer rojo furioso lograba insertarse
entre sus ojos hasta desaparecer. –Tengo recuerdos— agregó.
—Yo también, pero los míos son con las
malditas placas cerámicas superconductoras industriales, me transportan a una
experiencia virtual, donde los sentidos están alterados en forma sintética.
—Mis recuerdos están mezclados no los reconozco
–dijo Drive dubitativo— de una invasión alienígena…—agregó.
—Me encuentro con una maquinaria
extraña que me recorre con sus garfios fríos y metálicos, hasta que comienza a
incrustarme en la carne, agujas y es cuando el grito me traslada de nuevo a mi
punto de origen –dice Tjor.
—Los alienígenas son seres de aspecto
terrorífico, sin ojos, con grandes garras y una cola como pivote. Con una
descarga eléctrica de esa cola puede quemarte las entrañas. No tienen piel como
la nuestra, son como escamas que forman una capa protectora. Las escamas se
comportan de forma increíble ante un láser, se funden, se aglomeran en colonias
–siguió Drive en soliloquio.
—La experiencia me resulta excitante, entonces mi curiosidad me lleva a utilizar otra
vez las malditas placas; pero en la última incursión, la máquina me plantó
órganos y dispositivos electrónicos, transformándome en un miserable cybor,
híbrido con poderes especiales. No puedo hacer más una vida normal Drive…los
dispositivos son muy adelantados para la época en que vivimos y tengo un conflicto
temporal que no puedo resolver.
—Puede que en algún momento te alcance
una actualización de diseño de las placas.
—los órganos implantados son como
carbones, no funcionan en este ambiente. En algunos espacios cuánticos se
pueden ajustar, pero…
—Los alienígenas –continúa Drive
retomando su pensamiento— se reproducen a través de huevos ciliados y una
campana que utilizan para trasladarse como un gran pulmón que los impulsa
–sigue, cada vez más animado—. Quiere escupir todo aquello, sacárselo de
encima.
—Pueden ser imágenes basura –acota
Tjor, sin interés, bebiendo su copa verde humeante.
—El pulmón impulsor se transforma luego
en cerebro, los cilios en prolongaciones eléctricas que terminan en su cola y
el huevo es el cuerpo, su transformación es tan rápida que no me deja lugar a
dudas que son colonizadores.
—¿Cuánto tiempo hace que estás con los
diseños de materiales? –Pregunta Tjor. Me han comentado que los recuerdos que
insertan las máquinas son aleatorios, puede que ni te pertenezcan, que sean
sacados de la base de datos global.
—Creo que ya es hora de retirarme, me
ha quedado demasiada basura sin barrer. Los autómatas no están haciendo bien su
trabajo. Además, me han instalado la actualización RB5 y me han dado un
instructivo por si me asalta la idea de auto— eliminarme. Drive apuró su trago
azul, donde se manifestaban imágenes de galaxias.
—Nunca estuve con los diseños de
materiales, lo que te puedo decir es que estos viajes
hacia el futuro me están contaminando. Tal vez me encuentre con tus alienígenas –bromeó Tjor.
Siguieron un rato más vaciándose de
fantasmas, uno eufórico, otro deprimido; habían nacido de ambientes incubados, fecundados
por un mismo cigoto, por lo que todos esos recuerdos, sin duda no les
pertenecían. ¿O sí? Se reconocían idénticos, pero no se sabían hermanos. Luego,
se fueron cada uno por su lado, sin saludarse, tal vez se encontraran otra vez,
tal vez no.
Al ingresar a su vivienda, y pasar por
el reconocimiento facial, se encendieron automáticamente en las paredes, avisos
de productos salidos al mercado en las últimas horas. Un informante se debatía
entre dos noticias: un terremoto que había arrasado las costas de Sudáfrica y
una asonada con bombas químicas en Medio Oriente. Ya ni se sabía por qué motivo
se enfrentaban en esa zona, pero el conflicto seguía en un interminable y
grotesco evento aparatoso. Las grandes potencias se habían retirado de la zona
de conflicto hacía ya mucho tiempo, aislándola, pero aún se seguían emitiendo
noticias al respecto. Se dirigió directamente a la sala de protección. Era
imposible desconectar los elementos electrónicos. Había toda una industria para
burlar a las cámaras, a las pantallas, a los micrófonos y autómatas que se
habían metido en las casas. Drive, como la mayoría, se había hecho construir un
espacio libre de sonidos y de ojos vigilantes. Estaba prohibido salirse del
sistema, pero con software que mantenía atento a las cámaras, estaba seguro de
tener la tranquilidad que necesitaba. Se había desarrollado una fiebre por
verlo todo, por controlar lo que todos hacían: dónde iban, que comían, a qué
velocidad debían conducir, si caminaban o corrían, que ropa usaban. La sociedad
opresiva no dejaba más que transitar por caminos ilegales. Robos y asesinatos
siguieron existiendo, con distintas modalidades y recursos. Sin duda era la
adaptación al hábitat la que los mantenía vivos.
En su zona de confort, Drive se preparó
algo de comer, envasado como casi todo lo que se consumía. Los alimentos
transgénicos dominaban el mercado. Drive había nacido en ese ambiente, no
conoció el “natural” que esgrimían los archivos antiguos. Se había
discontinuado el software que detectaba la secuencia natural del ADN de los
productos, ya no era necesario, la secuencia “implantada” era ahora la
“natural”.
Pensó en una mujer y un niño que lo
estaban esperando en casa. (Aunque sabía que esos recuerdos no le pertenecían,
ya que los había comprado a bajo precio en el mercado negro latinoamericano, se
habían transformado en propios). Pronto terminaría el trabajo “extra” por el
que había sido contratado por dos años. Era mucho tiempo fuera de casa. Uruguay
era un lugar muy lejano a este EURSS, que se había creado luego de la
unificación de Estados Unidos y Rusia.
La última vez que vio a Tjor se
tambaleaba como ebrio y no lo reconoció. Su rostro era mitad máquina, mitad sintético.
Sus manos eran muñones con agujeros, como la boca de una metralla.
Después de unos días de descanso, Drive
fue llamado nuevamente al centro de diseño. Su implante con una inteligencia superior,
fue activado. Esta vez el material a diseñar, era una forma de escudo, como
escamas azules que se superponían unas a otras. El proyecto le fue presentado
en forma holográfica, querían hacerlo más resistente al que se tenía
actualmente, pero Drive, a través de sus visiones y recuerdos implantados ya
tenía parte del trabajo desarrollado.
Un coche lo recogió en la puerta, no
había dormido bien la noche anterior. En la grabación de su familia, pasada una
y otra vez, había algo distinto. Pensó que la última actualización no era la
correcta, porque al terminar de compartir con ellos una mañana de verano en el
jardín, junto al lago, como tantas otras veces; se hizo oír de pronto el canto
de un pájaro que no había escuchado antes. Era un sonido monótono y repetitivo,
pero no desagradable.
Su implante con una inteligencia
superior, le fue activado. Esta vez el material a diseñar, era una forma de
escudo, como escamas azules que se superponían unas a otras. El proyecto le fue
presentado en forma holográfica, querían hacerlo más resistente al que se tenía
actualmente, pero Drive, a través de sus visiones y recuerdos implantados ya
tenía parte del trabajo desarrollado.
La sesión de diseño fue agotadora,
apenas pudo dormir en tres días unos pocos minutos. Los escudos resultaron lo
que se esperaba y pasó a la habitación de “puesta a punto”, como siempre, como
desde que tenía razón de sí mismo. Solo que esta vez las cucarachas no lograron
borrar las fórmulas, las conexiones, los materiales desarrollados seguían en su
cabeza luego de que se encontrara debajo de la cama de la casa húmeda de la calle
25 de Mayo 678. Ese siempre había sido su último recuerdo, pero esta vez, todo
seguía allí, como seguía en su cabeza el canto del pájaro con su código. Al
salir a la calle, no llovía, una niebla era partícipe de su desconcierto. No
llamó a Tjor, sabía que sería inútil. Se paseó entre la gente, se dejó
arrastrar por la masa babeante que se derretía ante sus visores de colores.
Llegó al bar de siempre, pidió su trago azul, como siempre, se detuvo a
observar a su alrededor, todo aparentemente seguía allí.
En un momento se le acercó un hombre
esmirriado y con lentes casi invisibles, conectado a la red y le extendió un
auricular. Se solía compartir todo tipo de información con desconocidos, era
natural, la red era muy amplia y libre, así que Drive se colocó el auricular a
su oreja derecha y entonces el código del pájaro se hizo sentir, esta vez con
más intensidad y se desplegaron ante sus ojos los recuerdos de la última sesión
de diseño. Vio cómo los seres ciliados y sin ojos lo manipulaban, lo conectaban
a máquinas y tubos que nunca, luego de la “puesta a punto”, había recordado.
Eran los seres colonizadores de sus visiones, eran los alienígenas que había
visto en sueños, los mismos que necesitaban un escudo más fuerte para sus
trajes. Al instante otro hombre, también esmirriado, pero más joven se le
colocó a su lado y entre los dos hombres le dijeron: Bienvenido a “Nostromo”,
somos la resistencia —agregaron.
Sobre la autora:
Mónica Suárez Marchesky (Salto, Uruguay)
Poeta, novelista y ensayista. Se la
vincula al Grupo Surrealista del Río de la
Plata. Co—fundadora del Grupo Fantástico de Montevideo. Fundadora de 11/12/13 –
Colectivo Surrealista de Uruguay. Un cuento gótico se su autoría fue publicado
en: III Premi Literari de Constantí – Narrativa Breu. (Tarragona— España)(2005)
Participó en el festival de cuento breve del Centro Toluqueño de Escritores de
México y varios de sus trabajos fueron recogidos en la antología: “Los mil y un
insomnios”. Primer premio ensayo “En nombre de los pájaros” Primer premio
cuento “El hombre musgo” en concurso Dr. Alberto Manini Ríos. Mención con
publicación del cuento “Flores Exóticas” (2007) en el Primer Concurso Nacional
de Cuentos: Paco Espínola, organizado por la Biblioteca Nacional y Radio
Difusión Sodre. Mención con publicación en 6to concurso de minicuentos de Antel
(2012), convocados por la Biblioteca Nacional y La Máquina de Pensar. Publica
desde 2013 a la fecha, cuentos de ciencia ficción en antología: Ruido Blanco,
cuentos de ciencia ficción de autores uruguayos.
Sobre el ilustrador:
Albert Robida (Compiègne, 14 de marzo
de 1848 - Neuilly-sur-Seine, 11 de octubre de 1926), fue dibujante, litógrafo,
grabador, caricaturista, periodista y novelista francés.
https://es.wikipedia.org/wiki/Albert_Robida
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