Acabó
la tragedia, hundida como tanta en los abismos del océano que las guarda todas
celosamente.
Moby Dick, Herman
Melville.
Una
cosa es estar jodido y otra es saberlo.
Yoss
lámenla sólo Ana, si
no les importa, y no Anita la Carnada, como sus compañeros de tripulación.
Trata de mirar al
cielo, aunque el sol le castiga la vista. La cabeza le late por el calor, pero
su guardia no termina hasta el anochecer. Se acomoda la enmarañada cabellera
quemada por la sal y sus falsas gafas de sol de marca. Se humedece el gaznate
con un sorbo de orina reciclada de una semana atrás y suspira.
El Capitán Mayito
asumirá la guardia nocturna. Está medio ciego, pero sus oídos mantienen la agudeza
del radar.
Membrillo, el cocinero,
se retuerce de miedo en el interior del bote. Su alergia al agua salada se ha
acentuado.
Sólo quedan ellos tres.
El resto fue devorado por el mar durante el primer encuentro con Chunga Maya.
La imagen de Panchito,
el joven asistente de maquinaria, le golpea la mente por sorpresa. Se oprime
los párpados para contener el llanto.
Pobre muchacho, tan
alegre e impetuoso. El hermano que nunca tuvo. Pero qué clase de hermana fue
ella. Dejó que esa puta aberración se lo tragara.
Vuelve a suspirar.
Tiene que controlarse; ya ha dedicado noches enteras a llorar en secreto por
él. Ahora, en su guardia, no es el mejor momento.
Intenta pensar de
manera positiva, pero no lo consigue. ¿Quién lo haría?
Clava la mirada en el apacible
mar que le recuerda lo estúpida que fue. ¿Cómo pudo terminar embarcada en el
yate “Cherna Tuerta”? se vuelve a preguntar, una y otra vez, para entretenerse.
Otro error suyo, como
muchos otros. Como pensar que en su país o en el exterior sólo podría tener
futuro alquilando su cuerpo para sobrevivir. Y el miedo a que si trabajaba como
otros podría verse infectada por el SFLH; a pesar de que las autoridades no
dejaran de anunciar la eliminación de raíz del brote psicótico.
Además, siempre está su
condición de fugitiva por los cargos de sacrificio de pescado mayor.
Sólo puede obtener fama
por hacer una locura en el océano. La misma que bombea a golpes el corazón de
su capitán. Desangrar al Terror de las Antillas, que nada de manera tranquila
alrededor del archipiélago.
Como si lo llamara con
su mente, el Capitán sale de su camarote y recorre cubierta.
El hombre es alto e
imponente, como un mascarón maltratado por el salitre. El sol centellea en su
calva de bronce, pero se apaga en su sucio gabán de piel muerta. La falta de
sueño y la congoja de las cicatrices que cubren su rostro lo insensibilizan a
las caricias del viento.
Mayito cojea, pero cada
paso suyo advierte su presencia en toda la embarcación. Se dirige hacia ella,
aferrando bajo su brazo derecho un largo y estrecho bulto cubierto de cuero
sintético.
Sus garras biónicas le
palpan el hombro y la cabeza con cariño. Le tiende una botella de ron.
Ana, conociendo la ya
escasa provisión de alcohol que queda en la bodega, la sabe un estímulo por cuidar
su pellejo del mar. Por eso acepta. Decide esta noche noquear su cerebro con
ella.
Mayito asiente con una
sonrisa estúpida de excitación; desafía al océano con la mirada y lo escupe.
Al principio, desconfiaba de las intenciones
del capitán cuando la dejó embarcar en el “Cherna Tuerta”. Nadie en aquel mundo
era tan bondadoso sin un interés corroyéndole las entrañas; y mucho menos en un
lugar donde una mujer representaba un peligro hasta para sí misma.
Pero el capitán al
momento le despejó sus dudas:
―No me interesa tener
una putica escuálida como tú a bordo. Te dejo embarcar por la candela que
muestran tus ojos, muchacha. La misma que arde dentro de mí; que nos impulsa
con rabia a arrebatar lo que queramos de este asqueroso mundo o consumirnos en ella.
Eso vale más para mí que la partida de rémoras humanas que sólo le suman lastre
a mi bote.
Luego hizo una pausa y añadió: ―¡Por mucho
que ande por el río, la mierda siempre va a morir al mar! ¡Hoy es el día en
que, con la bendición de Olokum, destriparemos a esa maldita rata escamosa de
agua salada! ― sentenció con una sonora carcajada.
La joven asintió, y por costumbre, al tocar
un punto de su oreja, activó su wikimemoria pirateada y en su mente comenzó
reaparecer, palabra por palabra, la emocionante historia que el viejo Perro de
Río le contara.
*****
Mario Pérez Guzmán
nació poco después de que la crisis de SFLH (Stress de Frustración Laboral
Homicida) le calcinara el cerebro a su padre René.
Ladilda, su madre, se
lo llevó a los campos para que creciera lejos de la enfermedad y los otros
males de la ciudad. Pero, aparte de crecer fuerte y sano, el cuerpo del
muchacho parecía generar de manera constante tal cantidad de adrenalina que
imposibilitaba su adaptación a la apacible vida del campo: desde pequeño ya le
fascinaban cualquier tipo de desafío, la emoción que provocaba la caza y el manejo
de cualquier arma blanca.
Lo que, entre otras
locuras, lo llevó en la adolescencia a su entusiasta enrolamiento en la Brigada
de Chapeo de marabú radiactivo “Guillermón Moncada”. tras el escape accidental
de la segunda Electronuclear de Cienfuegos.
Por aquellos mismos
días, y en la estación de alevinaje de Paso Malo, Granma, se logró el último
cruzamiento entre las especies de pez gato o clarias batrachus de Tailandia y
Malasia.
La nueva variedad
híbrida de bagre, conocida como Clarias Omega, se crió en un río en lugar de
una presa, y desde allí se diseminó como plaga. Abarcando muy pronto, desde la
desembocadura de los ríos Cuyaguateje en Pinar del Río, y Quibú en La Habana,
hasta el Itabo de Ciego de Ávila.
El escándalo fue
incluso peor que el de pocos años antes por la introducción de la versión
genéticamente modificada de Huron Galgo, con el objetivo de erradicar la plaga
de ratas, que afectaban los cultivos de caña de azúcar.
Pero el super roedor
transgénico se apareó con ejemplares mutantes de ratas locales y de esta unión
nació un engendro mucho más agresivo y grande, que depredando al ganado de toda
clase, rápidamente superó con creces los estragos causados por su supuesta
presa.
En cuanto al nuevo pez
híbrido, mostraba ante todo una increíble vitalidad: era capaz de devorar
prácticamente cualquier materia orgánica y encima digerirla. Además de poder
reptar fuera del agua varios cientos de metros, avanzando sobre sus
hipertrofiadas aletas pectorales y gracias al movimiento ondulante de su cuerpo.
La nueva claria sería
una plaga que despoblaba todo curso de agua… pero si se llevaban a tierra y
crecían allí, aliméntandose sólo de hierba, su carne también tenía un excelente
sabor. Esto, junto con su altísima tasa de crecimiento, pues llegó a haber
ejemplares de apenas seis meses de nacidas que ya pesaban 350 kg, determinó su
pronta sustitución del ya casi del todo extinto ganado vacuno y su confirmación
como eslabón fundamental de la industria alimenticia del país.
Incluso se descubrió
que especímenes criados en cautiverio, y con el debido entrenamiento, podían
asumir el transporte de pesadas cargas.
La ley las protegía, entonces… pero sólo bajo
ciertas circunstancias.
Sí; si matabas a una en
tierra, eras sentenciado a veinte años de trabajos forzados en los cultivos de
Moringa Transgénica, por el delito de Sacrificio de Pescado Mayor.
Pero si lo hacías en el
medio acuático era considerado un valioso aporte al bien común. Porque las
clarias que no sólo nacían, sino que permanecían más tiempo en los ríos se
volvían muy agresivas y provocaban grandes estragos.
Además de alcanzar
tamaños realmente descomunales, cosa que nadie pudo nunca prever.
No es raro que Mayito,
el amante de los riesgos, fuese uno de los primeros que se dedicaron por cuenta
propia a la captura de aquellos leviatanes de río.
Pero no en balde la
profesión de Pescador de Claria de Río era una de las mejor cotizadas en el
país; también resultaba la ideal para los aspirantes a suicidas.
No era fácil matar a
uno de aquellos monstruos: su crecimiento anormal hacía engrosar sus escamas,
que también se endurecían hasta el punto de poder resistir el impacto de balas
de poco calibre.
Por otro lado, ni soñar
con envenenar a organismos tan fuertes que comían cualquier cosa… y si los forzaban
a salir del agua, sólo empeoraba la situación: los destrozos que una podía
causar tratando de regresar a su elemento solían ser inmensos.
Así que pronto surgió
un método “perfecto” para su captura: el pescador se dejaba tragar por el
cachalote de agua dulce y lo desgarraba por dentro partiendo del estómago,
matándolo por la masiva hemorragia, y sin grandes daños a su carne. Además de
nervios de acero, dicho procedimiento requería un buen motomachete bien afilado
y, por supuesto, una escafandra especial: de fibra de carbono y por lo general
reforzada justo con las escamas blindadas típicas de la misma especie que
ayudaba a matar.
Los pescadores más
expertos tenían las mejores escafandras.
Claro, siempre había
quienes preferían no arriesgarse tanto y usaban explosivos… pero entonces la
presa, semidestrozada por el estallido, perdía mucho de su valor comestible:
aunque de sabor mucho más fuerte que las criadas en tierra, seguía siendo un
apreciado manjar.
Un día el joven Mayito
recibió), con sólo medio año de atraso, su Bono de Estímulo (Moral y Monetario
en reconocimiento a su ejemplar participación en la Brigada de Chapeo
“Guillermón Moncada”. Y decidió celebrar la ocasión con sus amistades por todo
lo alto.
Así que a las tres de
la mañana, ya con el contenido de cinco botellas de ron dando vueltas por su
organismo, aceptó la apuesta de pescar a uno de esos bichos acuáticos para
cocinarlo en el festín de Fin de Año.
La gente habla mucho
cuando bebe, y nadie se imaginaba que lo fuera a hacer realmente, claro… pero a
Mayito le apasionaban los desafíos. Se fue a su cabaña y después de preparar
todo lo necesario para su pesca nocturna, se dirigió al río más cercano: el
Quibú.
Allí se sentó sobre el
grueso tronco de un árbol que crecía en la orilla, después de derribarlo
rápidamente con su motomachete. Luego preparó con mucho cuidado a su Güije o
cebo electrónico: una pequeña esfera oscura, que con su emisión de ultrasonidos
simulaba la llamada de apareamiento de los enormes bagres.
Aquel sonido era muy
efectivo para atraer a cualquier claria de río… pero a la vez afectaba al
sistema nervioso humano de manera tan violenta que provocaba orgasmos o la
defecación instantánea de los infelices que lo escuchaban fuera del agua sin
algún tipo de protección auditiva.
Él no tenía ninguna, y
además le habían advertido que el mecanismo de activación de este no andaba
demasiado bien… pero el bajo precio por el que se lo vendieron suavizaba algo
aquel “pequeño” inconveniente.
Soltó al Güije, que empezó
a cantar momentos antes de caer al agua. Una descarga azotó con fuerza cada
nervio del cuerpo de Mayito y sólo gracias a la fuerte voluntad de sus brazos
pudo mantenerse encima del tronco.
No obstante, no pudo
evitar sufrir otras consecuencias.
Trató de serenarse y
esperó por unos minutos en silencio, ignorando su propio hedor. Ya se cambiaría
luego de ropa interior; primero tenía que pescar a una de aquellas…
Fue entonces cuando la
luna le permitió distinguir una sombra que avanzaba lentamente bajo la
superficie. Era enorme y tan larga como la legendaria Madre de Agua, pero mucho
más gruesa de lo que ninguna serpiente de este mundo o del otro tenía derecho a
ser.
Se lamió los labios al
ver el tamaño y grosor de las protuberantes escamas y puntiagudas aletas, a las
que el brillo lunar arrancaba destellos multicolores.
Era una de las grandes.
Frunció el ceño,
durante unos instantes de duda, al notar varias hojas torcidas de machetes
clavadas en su lomo. Pero se despabiló al notar, desde las profundidades, dos
intensas luces rojas que parecían escudriñarlo.
― ¡Sí, eres toda una
belleza! ¡Y serás mía y solo mía! ―exclamó Mayito, ya con el fervor de la caza
quemándolo por dentro, antes de activar el respirador y lanzarse al agua.
Su pasión y el ron circulando en su cuerpo le
impidieron darse cuenta que las baterías de su motomachete, ya casi
descargadas, se habían agotado del todo cortando el árbol.
Peor aún; tampoco
advirtió que se zambullía sólo con el respirador, dejando el resto de la
escafandra-armadura en su cabaña.
Durante varios días, no
se supo nada de Mayito. Se organizaron partidas en su búsqueda, pero todos lo
supusieron ahogado en el río en su borrachera.
Sin embargo, al décimo
amanecer lo encontraron en la orilla: inconsciente, desnudo y sin un solo pelo
en el cuerpo. Nunca le volvió a crecer, ni siquiera el de las cejas.
Pero sí recuperó la
conciencia, una semana después, aullando como loco, y con un apetito sexual
desmesurado al que intentó dar satisfacción inmediata e indiscriminadamente con
las enfermeras, los doctores y/o los pacientes cercanos a él, por lo que hubo
que atarlo y sedarlo de inmediato.
Sólo entonces fue que
comenzó a narrar, de manera eufórica y confusa cómo, dentro del río, y tomando
impulso con un tentáculo-bigote de la mandíbula del leviatán, se había
introducido dentro de sus fauces torcidas, casi hipnotizado por el destello de
aquellas enormes perlas gemelas de azabache que encerraban esferoides de
sangre: sus ojos.
Se supo atrapado cuando
descubrió que no le funcionaba el motomachete; no se explicaba cómo pudo
sobrevivir dentro del vientre del pez a pesar de agotarse el oxígeno del
respirador. Y ahí mismo comenzó a delirar diciendo que perdió el control de su
cuerpo y alma y que lo que sintió sólo se podía clasificar como estar cerca de
Dios.
En ese instante colapsó
y recuperó el conocimiento únicamente tres semanas después.
Al despertar se
tranquilizó y no habló más del asunto hasta que le dieron alta del hospital. Al
salir, los chismes se cernieron sobre él, cómo tiñosas. Y se convirtió en
Mayito, el Pescador de Claria de Río, el borracho que fue tragado y evacuado
por su misma presa.
No le molestaban demasiado aquellas
habladurías; con su estatura, complexión física y fama de buen peleador, nadie
se atrevía a decírselas en su cara.
Pero el fuego de su
ansia desconocida era cada vez más devorador y ni siquiera la pesca, las
broncas, el ron, las drogas, ni el furor de las mujeres podían satisfacerla.
Hasta que un día le
llegaron los reportes de Chunga Maya, y sintió una descarga de adrenalina en
todo su cuerpo al ver una imagen holográfica tomada por un aficionado, de una
enorme aleta asomando a la superficie en la desembocadura del río Almendares.
―Sí, mi princesa, no te
preocupes; espérame tranquilita, que ya voy p´arriba de ti ― se dijo a sí
mismo, torciendo los labios y lamiendo sus dientes de tiburón.
*****
El golpe en la cabeza
la dejó atontada por unos instantes y por instinto, su brazo blandió como un
látigo la navaja… cuya hoja fue fácilmente atrapada y partida entre los dedos
biónicos del capitán.
―Tranquila, Carnada, y
vuelve a vigilar el mar. Para eso te pago. Así que deja de estar enchufada en
tu maldito tiempo de guardia y mucho menos cuando te habla alguien,
especialmente yo. ¡Coño, yo que pensaba que la conexión no llegaba aquí! ― le
reprendió Mayito.
―Sólo estaba revisando
mi información digital acumulada sobre usted, mi Capitán.
―De verdad que la
juventud sufre de la pérdida prematura de la memoria, como dicen algunos
médicos; ¡mira que tenerse que meter un disco duro en la cabeza para recordar!
Y ¡qué forma más romántica de la niña para decir que está pensando en mí! Pero,
Anita… si lo que quieres es quitarte tu picazón hormonal conmigo ¡te veo mal! Y
ni pienses en Membrillo con su miedo y sus alergias… hasta es posible que a
estas alturas te hayas vuelto parte de ellas.
Ana respiró profundo,
se guardó sus otras palabras para sí y sólo asintió de manera obediente.
―Bueno, está bien, que
la cosa tampoco es para hacer velorio―siguió el Capitán, conmovido por su
aparente sumisión. ― ¿Fuiste a la Sala de Máquinas y revisaste los motores?
La muchacha volvió a
asentir, sin palabra.
― ¿Y bien?
―La maquinaria marcha
ahora a toda velocidad y sin desperfectos. Los problemas eran por culpa de
algunas piezas defectuosas y sobre todo, falta de aceite. Pero lo resolví…
usando los condimentos de Membrillo, mi ingenio y un poco de suerte. Dudo que
su fobia le haya permitido darse cuenta de lo que cogí. Vamos a una velocidad
de 17 nudos; pero si no racionalizamos el biodiesel, estaremos varados y a
merced del viento en menos de 15 días.
-Ella no va a hacerme
esperar tanto- dijo Mayito, pensativo.
-Por si quiere saberlo,
el radar ya muestra a nuestro objetivo. Se encuentra a una distancia y
velocidad constante, tranquila… aunque supongo que formará su alboroto cuando
vuelva a estar a nuestro alcance. Ya hemos bordeado la Isla de la Juventud y
pronto llegaremos al Cabo de San Antonio.
―Buen trabajo, Carnada.
― sonrió el Capitán, acariciando el bulto que sostenía en su antebrazo. ―
Entonces, dime ¿tenemos suficiente Diesel de Moringa para un vuelito?
La muchacha, con duda y
cautela, miró el fuego de excitación de sus ojos y suspiró resignada: -Tenemos
como para despegar y mantenernos en el aire durante aproximadamente 2 horas.
Pero para descender sin daños… ya no
estoy tan segura.
―No importa; es justo
lo que necesitamos. ―sentenció el Capitán― Hora de usar mi pequeña sorpresita.
Creo que me he dado cuenta dónde se escondió esa alimaña cuando nos emboscó en
nuestro primer encuentro. Y el por qué de esa niebla roja.
Ella prefirió fingir
que no había oído aquello.
―Ven y ayúdame con
esto, que pesa com´cojone, y ponte los guantes, niña. ― Le indicó el Capitán a
la muchacha, y comenzó a cortar con sus dedos los cordeles que ataban el bulto
que antes llevara bajo el brazo.
Con cuidado,
desplegaron el contenido del saco sobre la cubierta. Los ojos de Ana se
ensancharon, atónitos: su Capitán no dejaba de darle sorpresa tras sorpresa.
Observó con más ironía
que asombro siete arpones estrechos, de tres metros de largo cada uno, con unas
ramificaciones espinosas y finas bordeando las puntas. Las espinas eran gruesas
y punzantes, de 1 a 2.5 cm de largo. Llevaba además, atadas a éstas, varias
tiras de colores blanco, rojo y negro.
―Déjame explicarte
primero, mi pequeña Carnada, para que me quites esa mirada que tan bien conozco
de encima. Esta es mi última ficha de dominó. Estos arpones son los dientes
sedientos de la venganza. Este acero está acostumbrado a morder carne y sembrar
muerte como ninguno, porque en él fundí las hojas de varios machetes de
mambises, y de los legendarios de verdad. No te diré quienes… pero su furia
guerrera todavía vibra en estos metales.
―Pero ¿cómo…?―empezó a
preguntar ella, aún estupefacta.
―Ya sé lo que vas a
preguntarme―sonrió el Capitán ―Tuve la suerte de hacerme de ellos en los
saqueos, después que el huracán Thomas pasó por La Habana y borró casi la mitad
del Casco Histórico. Creo que sus dueños originales podrán sentirse orgullosos
de mí cuando los use como tengo previsto.
―Supongo―admitió Anita,
renuente.
―Después de forjarlos,
reforcé cada punta con escamas de clarias… y las afilé bastante. Me aseguré de
que tuvieran la bendición de Oggún, el orisha guerrero y de su divina fragua.
Luego cargué con ellos hasta la Sierra Maestra y subí al Pico Turquino en plena
temporada de tormentas. Tuve que entregar ofrendas día a día y esperar durante
siete semanas sosteniéndolos en alto antes de que el otro orisha, Changó,
accediera a bendecir y templar todos y cada uno de mis arpones con el poder de
sus rayos. Y en el proceso se me quemaron un poco las manos… así que decidí
remplazármelas por estas bellezas biónicas. Toca estos arpones; sin miedo,
Anita: si reposas tus dedos unos instantes en ellos, sentirás el calor del
azote de los cielos. Y para concluir, los “mejoré” con un recuerdo de mis
mejores tiempos en la brigada de Chapeo “Guillermón Moncada”; el peor veneno de
nuestro país: espinas de marabú radiactivo. Estos hierros penetrarán su
arrugada coraza y le pudrirán su maldita carne. ¿Entendiste, mi niña?
Ana no dijo nada, al no
encontrar palabras para comentar el meticuloso y sacrificado esfuerzo de su
querido capitán.
―Bien, mi niña… pues
ahora necesito que con tus delicadas manos pongas cada arpón en los Cañones
Solares Foyn que hay en cubierta y los sintonices con el control remoto. Tómate
tu tiempo. Yo te remplazaré en la guardia, además de mi turno nocturno. Hace
días que no duermo y creo que tampoco lo haré esta noche. Si Membrillo logra
cocinar algo comestible para la cena te avisaré. Si no, puedes entretener tus
muelas con esto.
Le lanzó un paquetico
que la muchacha agarró al instante.
― ¡Ah! se me olvidaba―
exclamó Mayito abriendo su sobretodo y mostrando fugazmente una verdadera
colección de objetos punzantes. Agarró uno y lo lanzó, clavándolo certeramente
en el suelo… entre las piernas de Ana. ―Ahí tienes una buena cuchilla… no el
ridículo cortauñas con el que me amenazaste. Es tuya, para que no haya
rencores. Ahora ponte a trabajar, chiquilla vaga; si todavía quieres dejar de
ser una rémora en mi bote. ―le advirtió, dando media vuelta, y sus pasos
resonaron en la cubierta, cuando regresó oscilante y lento a su camarote.
La muchacha desclavó el puñal y se asombró al
descubrir que se trataba de una navaja suiza Victorinox. No
era una falsificación y
tenía varias decenas de
aplicaciones, incluido acceso satelital; toda una joya de acero y alta
tecnología.
Miró el sobre de
pastillas nutritivas con proteínas sintéticas a base de moringa que tenía en la
otra mano. Cada una de ellas podía embobecer su estómago por 8 horas y venían
en varios sabores simulados (incluido el bacalao). En ese momento, la Botella
de Ron se volvió para ella un anhelo desesperado.
*****
Aquella noche, Ana durmió tranquila, como
nunca en años, a pesar de que al amanecer la resaca la despertara, obligándola
a ir corriendo a vomitar fuera de cubierta.
Se deslizó hasta
sentarse en el suelo, dejando que el aire salado penetrara en sus pulmones.
Aparte de haber terminado el trabajo, no recordaba nada más. Pero tenía la
sensación de que no se había portado tranquila aquella noche.
Su cerebro, aún
agobiado por el malestar, le seguía cuestionando su papel en aquel lugar de
locura. Hasta el frenesí que sintiera por dar caza a Chunga Maya empezaba a
desvanecerse, después de ser testigo del trabajo de brujería de Mayito.
La muchacha activó su
wikimemoria y se conectó.
Los primeros rumores del monstruo marino, le
llegaron al cumplir apenas los 10 años. Después, los chismes se volvieron
reportes oficiales, dada la severidad del asunto: un espécimen de la Clarias
Omega había conseguido llegar al mar, experimentado en sus aguas un crecimiento
nunca imaginado.
Los únicos Droids Submarinos que lograron
acercársele, hacía un par de años, registraron una longitud de 52 metros con un
peso de unas 164 toneladas… y aún seguía creciendo a un ritmo vertiginoso.
Los científicos de la isla no se ponían de
acuerdo sobre la causa de tal gigantismo: unos decían “mutante”, otros “una
nueva y perversa agresión del Imperio”. Los terceros, por decir algo,
responsabilizaban al agua salada como posible desencadenante de aquel increíble
aumento de talla.
Pero más extraño
todavía que sus colosales dimensiones era el comportamiento de la criatura. No
continuó su trayecto hacia el mar Caribe o el Atlántico abiertos, sino que
comenzó a bordear el archipiélago cubano como si lo estuviera celando.
Con lo que la Isla se
encontró afectada por un nuevo bloqueo; esta vez surgido no por caprichos,
doctrinas, políticas o negocios de los hombres, sino por la mano irracional y
despiadada de la naturaleza.
El comercio marítimo y
aéreo se vieron, primero reducidos y luego prácticamente interrumpidos por las
continuas desapariciones de embarcaciones y aviones de toda clase.
Según los supuestos
expertos, estas eran causadas por la cercanía a las grandes descargas
eléctricas generadas por Chunga Maya. El intensísimo campo de
bioelectromagnetismo del monstruoso pez sobrecargaba todos los aparatos
electrónicos de los vehículos áereos o marítimos, enviándolos al fondo del
océano… o al vientre del Leviatán.
Cuba solicitó ayuda del
mundo, y la respuesta solidaria internacional no se hizo esperar, Pero la buena
voluntad y los intentos de acción militar de otras naciones duraron sólo hasta
que la colosal fiera hiciera desaparecer dos Bombarderos Furtivos B-4 Spirit,
al submarino nuclear USS Maine, a un Akula II… y al Prototipo Sumergible CUB
Mambí, fabricado en Corea del Norte a un costo no declarado, ahora perdido para
siempre en su primera misión de combate.
Los artefactos bélicos
de última generación eran caros. Muy caros para estarlos perdiendo así como
así. Y los gobiernos del mundo se lavaron las manos del problema…. Después de
todo, no afectaba a nadie más ¿no?
Según la referencia de algunos datos
pirateados, tras estos terribles encuentros se recuperó a un sólo sobreviviente,
con el mismo caso de alopecia areata universal de Mayito.
Pero sus testimonios
fueron mucho más delirantes. En su mente trastornada, juró haber visto al
enorme monstruo desplazarse por los cielos con la misma agilidad que por los
océanos. Y no solo eso, sino que afirmaba con fervor que él sobrevivió sólo
porque Chunga Maya lo escogió para que predicara en tierra firme su mensaje de
salvación ¡Locura total!
No se supo más sobre el
contenido de las alucinantes revelaciones, ni tampoco acerca de la identidad o
el destino posterior del náufrago. Aunque, según rumores no confirmados, el
infeliz se escapó de la instalación médica en la que yacía internado, improvisó
una embarcación y se lanzó al mar… que nunca lo devolvió.
Las teorías
supuestamente científicas se volvieron cada vez más insólitas y descabelladas,
en el desespero de explicar el insólito fenómeno.
Los paranoicos
consideraron que los ataques no fueron causados por una sola claria mutante,
sino que por dos o por una manada de mutaciones marinas.
Los Ufólogos
concluyeron que Chunga Maya debía ser una poderosa arma biológica de origen
alienígena.
Algunos físicos,
incluso, llegaron a dos conclusiones casi igual de excéntricas.
La primera, que las
enormes burbujas de gas metano, proveniente de los desechos del gigante animal,
eliminaban la sustentación o flotabilidad del aire y el agua bajo aviones y
barcos.
La segunda, que el
motivo de las desapariciones se debía a la succión de los portales
interdimensionales y agujeros de gusano abiertos por el monstruo, que los
emplearía para escapar y regresar a su antojo de este mundo.
Después, por supuesto,
le llegó el turno a la fiebre religiosa y el culto de los Sumergidos.
Ante el comportamiento
de la bestia marina, muchos habitantes desesperados de la isla creyeron que se
trataba de la encarnación de Tanze; el pez sagrado intermediario entre Dios y
los hombres, cuya aparición haría feliz al pueblo que lo cuidara, según mitos de la Sociedad Secreta de los Abakua .
Otros pensaron que se trataba del avatar de la misma Yemayá, o de una de las
criaturas del poderoso Olokum, enviado desde las profundidades para proteger y
bendecir.
Este frenesí llevó a
muchas personas a lanzarse al mar para buscar al animal sobrenatural y rendirle
culto. De esta peregrinación, algunos regresaron a su patria; otros
aprovecharon la ocasión y llegaron a otras costas.
Los que se quedaron en
el océano formaron un grupo, dando origen a una nueva religión: la Orden de
Clarius de la Escama, que no eran sino bandoleros del mar, quienes vivían en
una especie de isla flotante construida con barriles, desechos y restos de
embarcaciones.
Pero se contaba que los
verdaderos creyentes sí lograron ponerse en contacto con el nuevo Dios del mar
y nunca más se les vio. Y floreció la curiosa creencia de que Chunga Maya, al
notar el amor sincero de estos desamparados, se los tragó y al evacuarlos,
nacieron de nuevo, surgiendo así la leyenda de los Sumergidos.
En el transcurso de su
viaje Ana nunca había visto a un Sumergido; ni siquiera en el primer y
desastroso encuentro con la claria energúmena. Aunque sí había tenido que
vérselas con los piratas de la Orden que surcaban el océano saqueando
combustible para sus lanchas y Jet Skies.
Si bien las cosas no
les salieron como esperaban a los bandidos del mar.
Mayito, ante su
intimidadora aproximación, les sonrió agradecido por poner fin a su
aburrimiento… pero cuando pusieron un pie a bordo los hizo sudar de miedo
mostrándoles el contenido de su
sobretodo; no sólo armas blancas había allí, por lo visto.
Acto seguido, el
Capitán pidió amablemente a los atacantes información sobre el avistamiento de
Chunga Maya. Al no recibir respuesta, vomitó un par de insultos, entró en un
trance de encabronamiento homicida y, secundado por su igualmente enloquecida
tripulación, les cayó encima a los piratas a fuego y machetazo limpio.
Ese día, Ana noqueó y
encerró al impulsivo Panchito en un barril de biodiesel vacío, y después
descubrió en el combate otra forma primitiva y sucia de desahogarse… hasta que
lo pocos piratas sobrevivientes huyeron a nado, dando alaridos de pánico.
La muchacha se
desconectó. Ya estaba cansada de recuerdos y lecciones de historia que no
cambiaban en lo más mínimo su situación actual.
Se frotó los ojos y
miró a su alrededor con lentitud. Se sentía completamente sola en el “Cherna
Tuerta”, a pesar de tener a su optimista Capitán y sus siete barras de metal
bendecidas por los orishas… que no sabía si serían suficientes para afrontar la terrible faena que les
esperaba.
*****
La alarma aulló de
repente… por suerte algo después que Membrillo se atreviera a preparar un
improvisado desayuno.
Su sonido era agudo e
insoportable; así que Ana corrió hacia la cabina del puente de mando para
apagarla antes de que Mayito llegara y le disparara al dispositivo.
―Dime, mi niña ¿es
ella? ¿Está cerca? ― inquirió el capitán, rascándose todo el cuerpo de la
emoción.
―Sí, es ella. Está a
unos 500 metros y viene hacia nosotros a una velocidad aproximada de 20 nudos―
confirmó Ana.
―Así que la muy puta ha
decidido al fin darme la cara. Muy bien. Esta vez la pescaremos mansita, mansita.
Dime si se detecta niebla escarlata.
―Se puede decir que se
encuentra dentro de ella. Pero… hay otra cosa extraña, mi capitán ―indicó Ana,
abriendo los ojos perpleja.
― ¿Qué coño pasa ahora,
a ver?
―Creo que la tengo
ubicada por el campo electromagnético que genera… pero no puedo determinar a
qué profundidad se encuentra. No la encuentro en el agua. El radar debe haberse
estropeado.
―No. Ya veo… usará el
mismo truco. Bien, quiero que vayas ajustando los motores para despegar dentro
de diez minutos, siguiendo este mismo rumbo y velocidad. Yo tomaré posición con
los cañones. ¡No me mires más con esa cara de zombi y espabílate! ―le replicó y
al instante puso en sus manos un casco con un visor escarlata. ―Esto es para
después que termines. Te he preparado un mando para el disparo de dos arpones.
No me voy a coger todo el fiestón para mí solo. Así que no me hagas quedar mal,
mi niña. ¿Me entiendes?
La muchacha sólo
asintió con la cabeza.
―Bien, no te preocupes,
que hoy es el día. ―concluyó el Capitán, lanzando una carcajada y saliendo del
puente de mando.
Mayito se digirió a la
proa husmeando el aire como un sabueso. Al momento notó la cortina de bruma
escarlata que se acercaba cubriendo todo el horizonte, como una sanguinolenta
nube tormentosa. Y sus nervios se estremecieron brevemente al reconocer un
hedor que le trajo el viento.
Se colocó un arnés que
lo sujetaba al mástil principal de proa, de pie. Luego se acomodó el casco de
mando y ajustó el visor. Esperó que su cerebro se adaptara a las conexiones que
convertían las mirillas de los cañones en una extensión de sus ojos. Las armas
lanza arpones comenzaron a moverse como serpientes tanteando el cielo en busca
de presa.
― ¡Ahora hija mía,
vamos a sotavento! ¡Saltemos a por la fiera, hacia la niebla! ―gritó el
capitán.
La muchacha, con mucho
cuidado, acercó sus manos a la consola de control. Presionó la palanca para
aumentar la velocidad hasta unos 26 nudos y activó los interruptores necesarios
para la conversión. Después se puso a rezar a los dioses en que creía y en los
que no.
Además de multiplicar
las brillantes burbujas que se producían a su alrededor, el “Cherna Tuerta”
comenzó a temblar tanto que la muchacha temió que toda la embarcación se fuera
a desarmar de golpe.
Pero al final todo
funcionó… y las velas y los mástiles, entre chirridos metálicos, se desplazaron
hasta reunirse formando una extensa ala delta.
Aunque faltaba lo peor.
La muchacha se aferró
al timón, mordió sus labios y maldijo su entera existencia cuando, detrás y
fuera de borda, del casco de la embarcación surgieron dos toberas que vomitaron
sendos chorros de plasma. Con el rugido atronador de los motores, la vibración
aumentó más aún, superada sólo por las carcajadas y aullidos de júbilo de
Mayito.
Con el empujón de la
propulsión reactiva, el navío logró alzar su quilla de las aguas, elevándose
pronto hasta una altura de unos 150 metros. Allí, tras equilibrar la nave
utilizando las hélices de babor, Ana fijó el rumbo. El barco volador se dejó
tragar por la niebla.
El capitán activó su
radar de efecto Doppler y se lamió los labios al detectar el objetivo que se
acercaba a 20 nudos… y a menos de 200 metros.
― ¡Ya te pillé,
preciosa! ¿No sabes que el océano es demasiado pequeño para nosotros dos?
¿Vienes a jamar, mi reina? ¿No estás satisfecha después de haberte engullido a
la mayoría de mis marineros? No te preocupes, mi sardinota mutante. ¡Te he
sazonado unos hierros especiales que te empacharán las tripas! ¡Acaba de salir
de tu infierno para poderte arrastrar al mío! ―gritó Mayito, preparándose para
apuntar.
En respuesta, un agudo
y atronador gemido cubrió el vacío del aire y el destello de dos luces
escarlatas atravesó el espesor de la bruma.
Ana no podía creer los datos que le mostraba
la pantalla. La golpeó un par de veces, pero los resultados no variaban… hasta
que el artefacto hizo corto circuito y se fundió.
Suspiró para serenarse,
fijó el curso y salió de la cabina. Entonces escuchó el disparo y la maldición
de su capitán.
Y la vio. La mera
imagen la hizo caer de culo.
La gigantesca sombra del Leviatán flotaba con
la insustancial ligereza de un espectro por encima de su cabeza, en medio de la
neblina. Aquella visión acabó con la poca cordura que le quedaba a la joven.
La mutación de Chunga
Maya había ido más allá de cualquier lógica. Además de alcanzar un tamaño
impresionante, sus aletas pectorales y pélvicas habían crecido hasta semejar
auténticas alas. Y como tales batían, lenta pero rítmicamente, lo mismo que su
inmensa cola.
Parecía nadar a través
del aire.
Oscuras escamas la
acorazaban, en un mosaico irregular de manchas verdes y blancas. Continuos
chorros del mismo gas carmesí de aquella maldita niebla le brotaban de los
arcos branquiales tras los tentáculos-bigotes de la mandíbula inferior.
Al instante, la
muchacha imaginó la causa de aquella absurda información en la pantalla. Y al
analizar la niebla, corroboró su hipótesis: un biogás muy complejo, pero con
grandes concentraciones de helio, y por tanto más ligero que el aire.
El extraño metabolismo
del monstruo había acabado haciéndolo generar tan grandes volúmenes de aquella
mezcla gaseosa que ahora volaba como un inmenso dirigible vivo, pese a su
inimaginable peso.
Era la aeronave
perfecta, capaz de generar su propio fluido sustentador.
De repente, el titánico
animal se retorció por unos instantes y lanzó un chillido de dolor. Uno de los
proyectiles de Mayito le había arrancado un trozo de la aleta dorsal superior.
Chunga Maya se
precipitó hacia el barco, impulsándose con la cola.
Los nervios no dejaron
que el cuerpo de Ana reaccionara.
El gran pez aéreo pasó
por debajo de la embarcación, a babor. Se escuchó el crujido del metal cediendo
ante el violento roce de la rígida aleta dorsal con el casco y la quilla del
“Cherna Tuerta”.
La nave se tambaleó por
el impacto, pero por puro milagro logró mantener su inestable equilibrio en el
aire.
Ana corrió hacia el
Puente de Mando para determinar los daños. A pesar de que los motores estaban
trabajando intactos, aquella grieta en el casco los hundiría casi en cuanto
tocaran el mar.
Desesperada, activó los
nano-reparadores para que resolvieran el problema, pero sabía que nunca
terminarían antes que se les acabara el Biodiesel.
La joven suspiró para
sí y se encogió de hombros, cogió el casco y salió del cuarto.
― ¡Coñooó, te dije que
funcionaría, Carnada! ¡Ahora sólo hace falta metérsela por el estómago! Sabía
que tenía razón. Esa sabandija trató de esconderse de mí en esa niebla
producida por su propia flatulencia. ―gritaba Mayito, liberado de su arnés de
seguridad, brincando de júbilo por la cubierta, hasta que una sombra le opacó
la alegría.
Su supuesta presa se
encontraba justo encima de su cabeza, planeando con cautela alrededor del bote.
En ese momento, una
figura gruesa salió disparada del casillaje arrastrándose y temblando.
Membrillo había recuperado de golpe su sobriedad y regresado a la realidad… en
el peor momento posible.
― ¿Qué coño pasa aquí?
¿Estamos volando? Esa cosa negra se ha llevado toda mi cocina y la mitad de la
bodega de un zarpazo. ¡Cortó la pared de titanio como mantequilla! ¡Por poco me
lleva el culo! ¡Ay, mi Dios, por favor, ayúdame!
― ¡Oh! mi querido
Membrillo ha salido de su cueva para compartir esta gloriosa pesca con
nosotros. Mira bien, mi socio, el banquete que pescaré para que guises para el
festín de esta noche.
― ¡Mayito, maldito
loco, todo esto es culpaaa…!
La muchacha observó
cómo poco a poco a Membrillo se le atragantaban las palabras, al descubrir a la
aterradora criatura flotando encima de ellos. El miedo hizo entonces
convulsionar tanto su cuerpo que Ana no pudo discernir si se trataba de una
embolia o de un infarto.
Al final, el
empavorecido cocinero vomitó alcohol y se desmayó. El sonido de su caída rebotó
por toda la cubierta.
―Otro peso muerto en mi
bote―masculló el capitán antes de volver sus ojos al objetivo principal de su
tormento ― ¡Y tú! ¿Cuánto tiempo me vas a vigilar revoloteando como una tiñosa?
No seas tímida, ven, que tengo más para ti. ¡No me faltes más al respeto, que
aquí hay un hombre! ¡Cojoneeeé, no me hagas perder más el tiempo, maldita
claria!
El animal giró en
redondo de manera sorpresiva y comenzó a alejarse. Pero antes de que Ana
pudiera suspirar y Mayito aullar, la fiera giró de nuevo, e impulsándose con la
cola y las aletas, se lanzó en línea recta contra la embarcación voladora.
En ese momento, Ana
activó el casco-visor y le apuntó con los dos arpones que controlaba, pero su
acongojado corazón supo que la suerte de todos estaba echada.
Se acercaba el momento
final. Comprendió las intenciones del monstruo al contemplar su colosal tamaño,
ya sin nieblas rojizas que la velaran.
Chunga Maya volvió a
pasar junto a ellos… ahora por encima.
Sólo estaba jugando. Si hubiera sido ese su
propósito, hacía rato se habría tragado al “Cherna Tuerta” de un solo bocado.
Había seguido creciendo
¡y cómo! Ya debía medir más de cien metros de largo; era la pesadilla de los
cielos y el mar, hecha carne y escamas, que se cernía sobre un puñado de
desdichados que no habían cometido otro pecado que el de obedecer las órdenes
de un pobre machetero loco.
La gigantesca fiera
seguía acercándose y su impresionante masa los cubría cada vez más.
Pero Mayito no entendía
de batallas perdidas de antemano; aseguró su blanco y disparó.
El hierro se clavó en
el costado izquierdo del enorme lomo. El Leviatán lanzó un gemido de dolor,
pero no aminoró su velocidad, sino que aceleró, impulsándose con crecientes
emisiones de biogás que producían un continuo rugido resoplante, como la
válvula de una potente máquina de vapor.
Además de como sostén,
por lo visto aquella rojiza flatulencia también la ayudaba a avanzar.
Mayito no pudo evitar
la erección, y volvió a apuntar.
― ¡Muy bien, mi
princesa; abre la boquita y déjame entrar! ¡Esta vez no te me escaparás! ¡Te
acosaré eternamente, aunque sea arrastrado en tu deformada cola! Ven, Godzilla
de mierda ¡déjame clavarte mis hierros!
En ese momento las
miradas del pescador y la claria gigante se encontraron.
Una presión
sobrecogedora convulsionó el espíritu del viejo Perro de Rio. Intentó realizar
el disparo, pero su cerebro se negó a trasmitir la orden.
El tiempo y el espacio
parecieron fundirse por unos instantes, y dejarlos a los dos solos en el
Universo. El capitán intentó sostener la mirada del Leviatán, solo para
sentirse arrastrado al interior de uno de aquellos soles oscuros rodeado por el
enorme círculo de sangre.
Y conoció el alma del
pez monstruo.
El descubrimiento arrasó,
al momento, con todas sus convicciones. Tales emociones eran absurdas en el
interior de semejante pez. La ausencia de cualquier odio y deseo de muerte
contradecía por completo el sentido mismo de la existencia de Mayito.
¿Quién era el cazador y
quién la presa, en este duelo?
Fue entonces cuando el
hombre comprendió el significado de lo que, entre otros síntomas le provocaba
ardor en la boca de su estómago, hasta el punto de a veces ocasionarle serios
cólicos: no era ninguna úlcera, como había pensado siempre, sino algo mucho
peor.
Al principio se obligó
a ignorarlo para lograr salir del Hospital y después le cambió el sentido,
intentando desesperadamente darle un rumbo lógico a su perturbada vida.
Pero ahora, finalmente,
descubría qué era aquello que siempre necesitó y nunca encontró en aquel asco
de mundo.
Una súbita cascada de
sentimientos provenientes de la criatura terminó por desplomar las bases de su
férrea voluntad.
― “Sí, ven Papi, entra,
que soy toda tuya”.―La misteriosa voz asaltó la mente del capitán sacándolo del
trance. Su cuerpo tembló, aturdido por la experiencia sufrida.
―Ven, que te estoy
esperando.-Las palabras volvieron a azotar su mutilado espíritu.
― ¡Sí, de acuerdo, aquí
voy!- respondió Mayito, adolorido, quitándose el casco y abriendo los brazos.
El rostro lleno de cicatrices sonrió aliviado y satisfecho por primera vez en
muchos años.
Casi cuidadosamente,
Chunga Maya abarcó con sus gigantescas mandíbulas toda la popa del “Cherna
Tuerta” antes de cerrarlas.
La muchacha, en un
intento desesperado, se arrojó hacia estribor en busca de las cápsulas
salvavidas. Pero los temblores de la madera astillada, las explosiones y el
metal torcido la hicieron perder el equilibrio y la lanzaron como una muñeca de
trapo por la borda, hacia la boca del abismo.
*****
Le dolían todas sus
articulaciones.
Tardó un buen rato en
recuperar el conocimiento. No se acordaba del momento exacto en que perdió la
conciencia. Y a pesar del dolor, se sentía tan cómoda y relajada como si
yaciera sobre el más suave de los lechos.
Pero sus ojos se
abrieron de golpe cuando unos dedos fríos y húmedos comenzaron a acariciar con
delicadeza su rostro. Un grito de sorpresa y terror se escapó de su garganta y,
loca de miedo y de asco, buscó en su cintura… y halló la Victorinox que le
regalara el capitán Mayito.
Sin dudar un segundo,
apuñaló con todas sus fuerzas a aquel engendro imposible… que resistió la
cuchillada, inmóvil. Mirándola todo el tiempo.
Al descubrir que ni
siquiera podía dañarlo, intentó huir con todas sus fuerzas, pero sólo
logró arrastrarse de manera torpe y
patética.
Si la perseguía… si
trataba de… de hacerle cualquier cosa…
Pero pasó un segundo,
otro, y nada ocurrió.
Ana vomitó y trató de
respirar con cuidado para que el aire entrara mejor en sus pulmones. Tenía
miedo de voltear la cabeza. Miró a su alrededor frenéticamente tratando de
ubicarse.
El mar y la muralla de
niebla cubrían el horizonte. Su temor inicial fue sustituido por otro mucho más
perturbador, al percatarse que el suave y rugoso suelo bajo ella se movía al
lento ritmo de un latido o respiración.
Si sería que…
― ¡Estoy muerta y de
cabeza en el infierno!―sollozó con la angustia y el miedo devorándole las
entrañas.
La figura a sus
espaldas se le acercó con cautela.
―No estás muerta, ni en
el infierno, Ana. Ni siquiera chiflada, a pesar de los duros eventos. Yo
tampoco estoy muerto ni loco, por cierto. –le aclaró.
Tranquilizada por el
sonido de su voz ¡al menos esa no había cambiado! Ana tragó en seco y al fin se
atrevió a girar la cabeza para mirar al muchacho.
Panchito ladeó la
cabeza, complacido, y la joven creyó notar en sus ojos claros, ahora más
grandes y vidriosos, una expresión de pena por ella. Su aspecto era más robusto
y viril que antes. Sus ropas estaban casi deshechas por la humedad y por las
aletas y protuberancias que jalonaban toda su piel escamosa.
―Tranquila ―sentenció
él ―No seas tan grosera y burra. ¡Ah, toma! Deberías tener más cuidado con tus
cosas. ―le tendió la cuchilla que casi por instinto ella intentara clavarle
antes en el pecho.
La joven recuperó
tímidamente la navaja suiza y miró, con un estremecimiento recorriendo todos
sus nervios, la torcida hoja de acero.-Bueno, lo siento… fue por la piel, ya
sabes. Es… dura –se excusó él, encogiéndose de hombros –Pero ahora no hay
tiempo para entrar en esos detalles. Creo que el trasmisor todavía funciona.
Pruébalo, lo necesitarás para después. Sé que debes sentirte bastante
perturbada, pero no te preocupes. Ahora nos encontramos encima de su lomo y no
corremos ningún peligro. Ni siquiera las orcas y los cachalotes se atreverían a
acercársenos. Ella nos protegerá. Siempre lo ha hecho.
Aquellas palabras y la
visión seguida del arpón clavado a poca distancia de ella fueron como otro
puñetazo que su maltratada cordura se negaba a asimilar.
― ¿Qué coño pasa aquí?
¿Qué carajo te pasó a ti? ¿Y al resto? Si no estás muerto. Y no estoy mal de la
cabeza. ¿Por qué tienes esa horrible pinta?
―Bueno, en realidad, en
nuestro primer encuentro con Madre, todos saltamos a ella con nuestros
motomachetes y escafandras. Tu barril no pudo detenerme mucho rato: escapé,
logré conseguir un traje de reserva, un cuchillo e ir yo también. Fue muy
estúpido, lo sé, y perdóname por eso. Pero no me quedó otro remedio: tenía que
intentarlo, hacer algo grande, si quería
alguna vez dejar de ser el monaguillo del cuarto de máquina y lucirme con el
capitán. Aunque creía muy posible que luego él me despellejara vivo para disciplinarme.
Nunca sentí el miedo royéndome. No sé si soy muy temerario, o muy comemierda, o
ambas cosas. Lo cierto es que, junto a los demás, logré llegar al interior de
las mandíbulas de Madre. Después, lo que ocurrió es difícil explicarlo. Ninguno
de los otros se acuerda .Todo fue oscuridad, y nos dormimos hasta que vino la
gloria. Ella no nos consumió. No es eso lo que hace. Nos parió de nuevo. Y al
darnos a luz a cada uno de nosotros no sólo nos despojó de impurezas, sino que
nos entregó nuevos dones para enfrentar la nueva vida. Nos entregó el mar, como
nuevo mundo, dándonos así una segunda oportunidad.
―Tumba ese monólogo
conmigo. ― le interrumpió la muchacha―. Sólo un bobo como tú se deja fanatizar
por Mayito. ¿Por qué me cuentas todo esto, mutante, si seguro me quieres zumbar
a las entrañas de tu nueva “Mamá”?
―No pienses así. Madre
siempre ha tenido un gran propósito para nosotros. Un plan para nuestra
felicidad, lejos de toda amenaza, en el mundo de las profundidades. Pero no
podía empezar sola; lo necesitaba a él. No te imaginas siquiera cómo ha sufrido
esa espera. Dando constantes vueltas durante años a esa isla, con una
insoportable expectativa, una urgencia absoluta que no podía remediar, pese a
todo su poder. Pero aún más angustiados nos sentíamos nosotros, incapaces de
hacer nada por ella. Porque nunca nos confió el motivo de su intranquilidad y
su vigilia. Entonces decidimos hacerle una ofrenda. Una morada digna de ella,
para que descansara el día en que la espera terminara. Gracias a que somos
muchos, sus hijos, nadamos hasta el fondo de la Fosa de Bartle… y ahí la
construimos con mucho sacrificio y esfuerzo, mezclando restos de embarcaciones,
piedras y otros tesoros del océano. De toda esa mescolanza erguimos
“Claryantis”, la urbe submarina tocada por la maravilla, la megalópolis secreta
construida en tiempo récord, la siempre húmeda, la de los colosales muros y
atalayas de desecho sólido y oro marino, la de la mampostería torpe pero sólida
y los diseños improvisados…
Panchito se arrodilló y
puso con delicadeza su zarpa en el hombro de Ana. Sus ojos acuosos parpadearon,
se agrandaron más y se clavaron en ella.
―Aquí es donde entras
tú, preciosa. La espera y la vigilia han terminado y ahora podemos ir a nuestro
refugio. Pero primero debemos despistar a la civilización enferma y a sus
pescadores. Sé que a pesar de las enormes pérdidas, cuando se sientan mejor
preparados volverán tras de Madre. Hemos rescatado y preparado un Jet Ski para
tu viaje de regreso. Llevarás contigo como trofeo el pedazo de aleta de nuestra
Madre que el Capitán le arrancó con su arpón. Eso y tu testimonio serán
suficiente evidencia de que la has exterminado. ¡Ana, la pescadora del Terror
de las Antillas! ¿Te gusta cómo suena? Alcanzarás fama mundial y fortuna en
instantes, como siempre has deseado. Y nos quitarás la cacería de encima para
siempre. Nosotros desapareceremos de la curiosidad de la civilización. Será
fácil: el mar tiene todo lo que necesitamos y nos sobra. Pero si quieres,
puedes regresar. Te diré cómo hacerlo. Y siempre serás mi invitada de honor en
“Claryantis”.
-¿Y si no?- se atrevió
a susurrar la anonadada muchacha.
―Sobra decir qué
ocurrirá si nos fallas―sentenció el muchacho torciendo su boca de batracio en
una sonrisa que dejó asomar los agudos dientes.-¿Bien, Ana, qué decides
entonces?
La cabeza de la
muchacha dudó por unos instantes, pero después asintió en respuesta.
― Será cómo quieres.
Pero, primero, dime donde está Membrillo, el cocinero- preguntó, en un
murmullo.
―Su débil corazón no
pudo soportar la gloria y la emoción de contemplar a Madre. Una pena.
―¿Y el Capitán?
―Donde él siempre quiso
estar, pese a que con su obstinación se negaba a aceptarlo. Imagínatelo-
Panchito volvió a sonreír y a Ana se le acabaron todas las preguntas.
En ese momento, el
hombre transformado se le acercó y le tendió la mano.
―Come, para que
recuperes tus fuerzas. Con este tesoro que hemos cultivado en el océano no
sentirás hambre ni cansancio por lo menos durante 7 días.
Ana miró con
desconfianza la semilla de color oscuro y olor extraño en la palma del
muchacho.
―No temas; con eso no
es suficiente para que te vuelvas como yo.
La joven hizo un gesto
de asco antes de tragarse el piñón. Al momento sintió una descarga de energía
pura azotando su ser, y todas sus
fuerzas regresaron de golpe.
Pero los efectos de la
milagrosa semilla no terminaron ahí. Sus labios se humedecieron, y su cuerpo se
sintió un poco más ligero. Un ardor brotó desde el fondo de su estómago y se
propagó arrebatando cada célula de su ser. Ana perdió el control ante el súbito
ataque de excitación convulsiva.
―Se me olvidó
comentarte sobre los efectos secundarios afrodisíacos. Sólo duran algunos
minutos, pero te ayudaré a superarlos.―le explicó Panchito, tragándose otra
semilla antes de lanzarse sobre ella.
Pero la ansiosa
muchacha fue más rápida; lo agarró por los hombros y lo subyugó, derribándolo
contra el suelo latiente. A sus ojos, el joven mutante ahora ya no parecía tan
menor y sus escamas y deformidades varias sólo lo hacían más atractivo.
Irresistiblemente atractivo.
Lo besó en los labios
con pasión y violencia, mientras con las uñas le arrancaba los últimos jirones de ropa podrida. Al principio, las
garras del chico se movieron con tacto de serpiente acariciando el ardiente
cuerpo de la joven. Pero después se aferraron a la carne femenina con el
desespero de un náufrago, al no poder controlar la fogosidad de su compañera.
Ana acabó de desnudarse, y con furia de amazona se revolcó con él por toda la
espalda del monstruo marino.
Tres horas y media duró
el violento juego de jaleos, acompañados por la moderada y profunda respiración
de Chunga Maya, hasta llegar al clímax final.
Ana descansó por unos
segundos, hasta que pudo ponerse de pie. Respiró profundamente y se sintió muy
aliviada. Su fuego interno se había aplacado. Panchito yacía inconsciente cerca
de ella, posiblemente en estado de coma.
―Maldito pervertido.―lo
despreció con una sonrisa burlona, pensando que sus nano― anticonceptivos
tendrían un gran trabajo que hacer dentro de ella.
En ese momento una
incertidumbre la turbó. Existía la posibilidad de que sus nanos, hechos en
Vietnam con patentes chinas robadas a los rusos, se bloquearan ante la mutación
de la semilla invasora .En ese caso el embarazo sería inevitable… y una duda
lógica se imponía: ¿pondría huevos? ¿o daría a luz a un nuevo eslabón
evolutivo. ¿El Homo Clarius?
Agitó la cabeza para
despejarla de tan perturbadores pensamientos.
Ya cruzaría ese puente
cuando llegara a él. Si llegaba.
Se vistió y subió hacia
el lomo. Al pararse al lado del arpón divisó la moto acuática flotando debajo,
cerca de la aleta pectoral izquierda. Una soga ataba el extremo de la lanza al
timón de la embarcación.
Al momento supo qué hacer. Corrió lomo abajo
hacia el vehículo, y con ambas manos agarró la barra con firmeza, sintiendo
bajo sus pies como el suelo se estremecía por el sufrimiento…
…y de un halón la
arrancó.
Los temblores de la isla flotante se
acrecentaron por el dolor y un profundo bufido escapó de las revueltas aguas.
Ana casi se resbaló cuando el tibio chorro de sangre negra la empapó por
completo. Logró aferrarse a la cuerda y poco a poco fue recorriendo la
distancia hasta llegar a la orilla del archipiélago viviente, donde todavía
dudó.
Pero en ese momento la
gigantesca criatura comenzó a sumergirse, lenta, muy lentamente.
Sin pensarlo más, la
muchacha se lanzó a las agitadas olas y nadó sin cesar sintiendo que su pecho
reventaba por el esfuerzo hasta que arribó a su providencial medio de escape.
Revisó la motocicleta
acuática con recelo y asombro. Era cuatriplaza, así que tendría combustible y
potencia de sobra… y en sus compartimientos de carga había todo lo necesario
para un largo trayecto… incluyendo el prometido trozo de aleta de Chunga Maya.
Hizo una mueca sarcástica cuando encontró, entre las provisiones, una bolsa
repleta de las exóticas semillas.
Ana recuperó el arpón
tirando de la cuerda y se preparó para arrancar. Pero antes, miró atrás y
contempló por unos momentos cómo Chunga Maya terminaba de hundir su colosal
masa en el océano entre burbujas, resoplidos y gemidos.
Sólo esperaba no tener
que verla nunca más…
No lo pensó más y arrancó. El motor y las
turbinas rugieron desperezándose y la Jet Ski, alzando su morro, saltó
atravesando la niebla rojiza. Poco a poco la bruma se fue disipando mientras la
muchacha controlaba los impulsos y velocidad de la potente moto acuática.
Muchos pensamientos revoloteaban en su mente
atormentada. El más recurrente de todos era formar parte de la tribu de los
hombres clarias, una opción digna de tener en cuenta. Por algo todos los que
iban se quedaban en “Claryantis”.
Pero agitó su cabeza y
se rió de sí misma, al darse cuenta de que estaba más chiflada de lo que
pensaba.
Activó el trasmisor de la navaja suiza en
espera del alma caritativa que se dispusiera a cargar con una huérfana como
ella.
*****
Le dolía mucho la
cabeza.
No, no era curda. Aquello
era peor.
Además sentía su cuerpo
liviano, como si flotara. Los dolores de músculos que siempre lo acompañaron se
habían esfumado.
Y no recordaba nada…
igual que la otra vez.
Abrió sus ojos con
temor por primera vez en su vida.
La mera imagen le
provocó un ataque. Comenzó a convulsionar, a jadear desesperado en busca de
aire. Gritó como una bestia, pero el sonido salía distorsionado por las
burbujas que vomitaba. Sólo había agua y se demoró unos minutos en descubrir
sus branquias y sus otros cambios.
“Esto debe ser por lo
menos el purgatorio submarino”― pensó.
O sea, justo el más
indicado para él. Sintió que algo se retorcía en su cabeza mientras sus
atónitos ojos trataban de asimilar el panorama.
Se encontraba acostado
sobre el acolchonado capot de uno de los antiguos almendrones anfibios. Un
grupo numeroso de personas, incluidos todos los antiguos miembros de su
tripulación, con la agilidad de tritones, flotaban, danzaban, ¿comían?, y
disfrutaban una orgía ante él. Se encontraban en la bodega de un buque de carga
hundido hacía años, y ahora profusamente redecorado para el festín.
Entonces una duda
apareció en su desgastada mente.― “¿Ana? No la veo. Bueno, mejor para ella si
escapó de este infierno”
― ¡Al fin, ya estamos
juntos, mi amor! ¡Te amooooooo! ― la alegre voz retumbó tanto en el interior
del Capitán que éste no tuvo más remedio que levantar la vista.
Ahí estaba Chunga Maya
en todo su esplendor, agitando sus aletas y su cola por la emoción y torciendo
más sus torcidas fauces en sonrisa.
― Tranquilo, mi vida.
Sí, le hablo a tu mente. ¡Así de unidos estamos! Cuando nos conocimos y
estuviste dentro de mí se despertó mi autoconciencia. Por primera vez tuve
noción sobre mi existencia y el mundo
que me rodeaba. Me sentí muy especial contigo. El terror inicial a esta
metamorfosis fue el motivo para deshacerme de ti antes de tiempo. Fui estúpida.
Por eso te busqué y seguí viviendo y comiendo por ti. Tuve que dejar de
buscarte por los ríos porque temí quedar encallada, por lo mucho que aumenté de
peso. Por eso salí a los mares ,a continuar mi búsqueda bordeando la isla. Pero
muy dentro de mí sabía que tú harías lo mismo para encontrarme. Muchos trataron
de detenerme, pero a todos los vencí y me los tragué. ¡No iba a dejar que destruyeran
nuestro amor! Fue entonces cuando comencé a dar a luz cada vez que devoraba a
mis enemigos que trataban de alejarme de ti. Les daba nueva vida. Hasta que el
día llegó y te encontré. Mientras esperaba por ti, mis niños nos construyeron
esto en el fondo de la Fosa de Bartle. ¡Nuestro nidito de amor! Le llaman
“Claryantis,” la tocada por la maravilla. Es preciosa, creéme: te encantará
cuando te la muestre. Tu transformación ya está completa. No te preocupes, que
nunca nos molestarán. Uno de mis hijos se ha encargado de eso en combinación
con una navegante tuya. Es una muchacha muy fuerte. Se parece a mí. ¡Pero qué
boba soy! Ya habrá tiempo para hablar. ¡Ahora vamos, mi rey de “Claryantis”, a
celebrar nuestro amor!
Mayito no sabía cómo
reaccionar. Rompió a reír como un niño, hasta que la excitación y la pasión de
su interior se adueñaron de él, a tal punto que se despojó de sus desechas
ropas y se lanzó hacia su titánica amante, diciendo.
― ¡Esta bien mi reina!
Y ¡prepárate…! ¡que ahora sí voy p´arriba de ti!
30 de noviembre 2012
Sobre el Autor:
Alejandro Martín Rojas Medina (Habana, 1984) Licenciado en
Contabilidad y Finanzas
por la Universidad de la Habana. Miembro del Taller de
Creación Literaria “Espacio Abierto”. Participó en el del Taller de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”. Obtuvo el
Primer lugar en la categoría de no-profesionales del Concurso Mabuya
2012 de cuento dentro del Evento Behique 2012 del Grupo Dialfa, con su cuento
“El festín”, el cual apareció en la antología de cuentos fantásticos y de
ciencia ficción “Hijos de Korad”.Además
obtuvo una Mención del V Concurso de Literatura Fantástica Oscar Hurtado 2013
en la categoría de cuento fantástico y horror. Obtuvo tercer premio en el V
concurso fantástico La cueva del lobo 2013.Obtuvo el primer premio en el
concurso de ciencia ficción de la revista juventud técnica 2013 . Cuentos suyos
han aparecido en revistas virtuales sobre el fantástico y la ciencia ficción
como Qubit , Korad , (Axxón No 250 , 251 , 252)
y La cueva del lobo. Ganador del Premio Calendario de Ciencia Ficción
2016